Los que no tienen nada

HAY QUE vivir, que son cuatro día y dos lloviendo. Dos o tres. Nos conformamos con que no llueva durante los cuatro, como ahora, que es que no para y llueve sobre mojado y no acabamos de acostumbrarnos a oír el morse del agua en los cristales sin hacerle caso, como el que oye llover. «La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado», que dijo Borges, mi homero de la Pampa. Siempre que llueve escampa, pero también ocurre que siempre que escampa vuelve a llover. «Esto es muy bueno para el campo», dice a nuestro lado algún cateto vocacional, aunque sólo haya visto el campo en las postales. Otro urbanita nos asegura que «le viene muy bien a los pantanos». Quizá tengan razón ambos, pero callarse lo consabido hace muy interesante cualquier conversación. Sólo algunos damos en pensar en lo mal que lo pasan los pobres, pero nuestra compasión no llega al punto de hacer algo para evitar que los haya. Tengo entendido que ayer fue el «Día de los sin techo», pero no se ha puesto una sola teja, con los precios que ha tomado la construcción. Los albergues que existen son insuficientes y además los ocupan en gran parte los inmigrantes. De fuera vendrá quien de tu casa te echará. ¿Cómo es posible que haya tantos pobres a la intemperie? Si desconocemos su número exacto es porque los del servicio de estadística no salen a contarlos cuando llueve. Edgar Neville, que disfrazaba la ternura de sarcasmo, me dijo una vez una cosa que no he olvidado nunca. Salíamos de un restaurante solvente y habíamos comido muy bien -él muy bien y mucho- y en la acera nos pidió una limosna un hombre que o estaba en la indigencia o lo aparentaba muy bien. Yo hice un comentario algo sensiblero. -No te preocupes, Manolo, cuando es tan pobre es que algo malo habrá hecho. Comprende uno que no se pueda tener todo, pero no entiende que no se tenga nada. Así hay mucha gente en España. Cuando les llueve despiden un olor muy penetrante.