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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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UNA puñalada trapera nunca del todo aclarada acabó con la vida, hace ahora 40 años, del político más glamouroso que han dado los Estados Unidos. El encanto personal de Jack propició un reino de Camelot que se vino abajo en Dallas, el 22 de noviembre de 1963, a consecuencia según algunos de cierta conspiración en la que estuvo implicada la Mafia, la CIA y otros elementos roñosos de la sociedad. La elección de un católico como primer presidente de los Estados Unidos, hijo además de un veterano contrabandista de alcohol con conocidas conexiones gangsteriles, representó una etapa nueva de grandes sueños e ilusiones, volcada en primicias como la integración racial de los ciudadanos negros y un esfuerzo común para proporcionar al mundo un paraguas de democracia y derechos humanos. Jack Kennedy tenía un zapato de cristal, así que encontró su Cenicienta en Jacqueline, una muj er que se manejaba en los foros internacionales con la seguridad que da el haber sido la más guapa del barrio. No obstante, el presidente también tuvo sus «zonas de sombra», como una babosa erotomanía que le hizo adicto a las cópulas de urgencia. Y también, por supuesto, la inquina contra la vecina Cuba que le llevó a planear, armar y autorizar planes ultrasecretos para asesinar a Fidel Castro. Y no sólo mediante el fiasco de Bahía de Cochinos, sino que se han ido conociendo insólitos proyectos para matar al líder caribeño con píldoras envenenadas. Y si fallaba tan esperpéntico intento de magnicidio, la CIA evaluó la posibilidad de hacer llegar un compuesto químico hasta la barba de Fidel, para arruinar su adorno piloso y que así perdiera toda la impronta revolucionaria. Sin embargo, ahí sigue Castro con toda su barba, mientras que la muerte de Kennedy supuso toda una patada en los medios a la inocencia americana.