Demasiadas preguntas

¿CÓMO EVITAR la violencia? ¿Cómo arrancar de las entrañas de los violentos el convencimiento de que tienen derecho a golpear, a matar? ¿Cómo convencer a las víctimas de que hay solución para la violencia que padecen? ¿Cómo superar la creencia de los no violentos de que tienen derecho a discriminar? ¿Cómo convertir una cuestión doméstica, en el caso de las agresiones, en un asunto judicial o policial? ¿Cómo asegurarse de alejar a los salvajes de sus presas, presas también del terror? ¿De qué manera podrán superar las víctimas la tentación de confiar en quien las golpea mientras les dice que las quiere? ¿Cómo asegurar sin sonrojo desde los despachos que las víctimas no están desprotegidas, cuando los cuchillos llegan a sus cuellos por encima de las distancias de alejamiento que imponen los jueces? ¿Por qué huir, intentar una nueva vida en una ratonera, cuando es el otro el que rompe la baraja de la lógica y la legalidad? ¿Cómo afrontar con ánimo el peso de la desgraciada lotería que te convierte en víctima de la violencia cuando, en la práctica, todos los medios de protección parecen insuficientes? ¿Cómo sujetar las manos y la ira de quien opta por lo fácil? Porque matar es muy fácil. Pero la violencia hacia las mujeres comienza mucho antes de llegar a los malos tratos. Comienza en las actitudes y en las discriminaciones, mantenidas bien por convicción, bien por conveniencia. Comienza en el desprecio o la ignorancia de cada día. La violencia comienza en muchos de los que se llevan las manos a la cabeza cuando salpica la sangre. Porque hay muchas formas de muerte. La de Gloria es la definitiva, la irreversible. La del miedo y la del moratón son muertes terribles. Pero cada mirada por encima del hombro, cada ejercicio de autoridad en nombre de la superioridad del varón, es un pequeño infarto en el corazón de la igualdad y la libertad. La lucha contra la violencia de género empieza por uno mismo. Por todos los uno mismo.