Diario de León
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FEDERICO ABASCAL
León

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TODOS los grupos parlamentarios del Congreso, con la excepción del PP, rendirán el próximo lunes un homenaje a las víctimas del franquismo. Un portavoz «popular» dice que ese acto huele a naftalina y expresa rencor. Es, sin embargo, difícil que el rencor sobreviva a veinticinco años de democracia, pero el olor a naftalina es perceptible. La imagen de Franco es confusa en la actual juventud española. El pacto de silencio tácitamente hilvanado durante la transición para no airear las responsabilidades de la dictadura se cumplió con aprensiva fidelidad, y el esfuerzo de la izquierda, más tarde, por no remover algunas de sus actitudes durante la II República se extendió en cierto modo a la rebelión sociomilitar. Y finalmente la llegada al poder de un partido conservador, entre cuyos militantes y dirigentes figuran miembros y herederos de antiguas familias franquistas, no ha favorecido, sino al contrario, los juicios de valor sobre aquellos cuarenta años y cuarenta noches de debilitada memoria. Nadie hoy en día pretende ajustar cuentas con el pasado, y el homenaje parlamentario a las víctimas y a los represaliados del franquismo no es un alegato fiscal contra la dictadura; es, en opinión de todas las fuerzas políticas, a excepción del PP, una ceremonia, ineludible para muchos, en recuerdo de quienes fueron muertos o encarcelados por una justicia militar, simultánea después a una civil, por delitos de obediencia a la legalidad vigente en 1936 o por el ejercicio en la clandestinidad de derechos humanos tan esenciales como el expresión y reunión. El diputado aragonés José Antonio Labordeta, cantautor y paseante por una España a la que ama con devoción y ternura, dijo ayer que el homenaje del próximo lunes se ve justificado por el epitafio de un monumento a las víctimas de Franco a las afueras de Teruel: «Si nos olvidáis será cuando realmente moriremos». El Congreso, dicen los organizadores del homenaje, se quedará pequeño el lunes para albergar a tantos como desean recordar a unos españoles víctimas de la sinrazón. Tal vez no sea excesivo el precio político que el PP habría de pagar por su ausencia y rechazo del acto parlamentario del lunes. Pero la oposición de izquierdas se lanzaba ayer a la yugular del PP, acusándole, en labios del socialista Caldera, de vivir bajo el peso de un pasado que desea olvidar. Nadie puede negar, sin embargo, que en ese PP ayer vilipendiado hay una mayoría de militantes y dirigentes de limpio perfil democrático y sin la menor relación familiar o política con el franquismo, y sin la menor nostalgia de aquel tiempo. Lo cual no significa que el PP no haya cometido un error al marginarse de una ceremonia que parece encajar perfectamente en el vigésimo quinto aniversario de la Constitución. El borrón y cuenta nueva que supuso la Constitución de 1978 es suficientemente irreversible para que este país no se sienta obligado a cerrar los ojos ante un pasado que ya es Historia, un trozo más de nuestra dura y, a veces, triste Historia.

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