Sueldo justo, para no desfallecer

NINGÚN trabajador estará contento con su sueldo mientras no se consienta que sea él quien se lo ponga. Todo el mundo aspira a ganar más, sobre todo más que el de enfrente, que es un tarugo enorme, no hay más que verlo. En España los sueldos no son altos y eso suele atribuirse a los bajos instintos de los empresarios. No siempre es así. Una empresa no es exactamente un centro de beneficencia, aunque su finalidad sea el beneficio y lo que pretende es hacer dinero, no repartirlo entre los que le han ayudado a hacerlo. Eso explica que haya muchos más millonarios en un bando que en otro. No sé si soy un mal observador, pero me ha parecido ver que abundan menos los que se han enriquecido trabajando por cuenta ajena que los que lo han logrado ordenando a otros que trabajen. Surgen con frecuencia polémicas donde es arduo saber de qué parte está la razón. Todo el que trabaje debe cobrar un sueldo digno, pero no nos aclaran digno de quién. Ante la duda, se ha optado por unos salarios bastante cutres, ciertamente, pero de un admirable equilibrio: a los trabajadores se les paga lo necesario para que no desfallezcan y puedan seguir trabajando. Si se les recompensara con más dinero podrían retirarse con las ganancias y si se les diera menos podrían contraer una anemia perniciosa. En ambos casos habría que darles de baja. Quienes tienen más facilidades para asignarse el sueldo que sin duda merecen por su demostrada capacidad son los políticos. Les basta con reunirse y dialogar durante un rato para decidir que tienen que hacerse justicia. Ya que no han conseguido redimir económicamente a millones de compatriotas, demuestran su buena voluntad haciéndolo con ellos mismos. Algo es algo. Haría falta ser realmente muy insensibles para no admirar el grado de armonía que reina en los ayuntamientos cuando se debate la subida de sueldos. Quienes discrepaban en todo se muestran unánimes. No hay entre ellos ni un sí ni un no. Sólo un más.