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VICENTE PUEYO
León

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UNIVERSIDAD viene de universo, es pariente directo de universalidad. Su única bandera es, o al menos debe ser, la bandera de la curiosidad universal. Esa que ondea al ritmo de las mentes y de los espíritus abiertos a todos los aires. Lo peor de este debate inacabado de las banderas, o de las banderías, es que nos deja sin aire y nos jibariza. Desde fuera, sobre todo desde fuera, se sonríe maliciosamente y se mueve la cabeza como cuando alguien se lamenta de algo que no tiene remedio. León suena más allá de las murallas del campamento por ese mito absurdo y falaz del frío o por algún que otro suceso truculento. Ahora, también por el contencioso de la bandera. Lo que ocurre es que estas cosas, a poco que las fuerces, vienen a resumirse finalmente en amenos titulares del estilo «el ayuntamiento no limpiará la Universidad hasta que no ponga la bandera». Titulares que ponen los ojos como platos y cortocircuitan las meninges más resistentes situando la capacidad de diálogo en el nivel de un patio de vecinos mal avenidos. Llegados a este punto puede ser revolucionario pedir sentido común y exigir la serenidad suficiente para abandonar a tiempo el escenario de la confusión. No vaya a ser que un pugilato de terquedades acabe lesionando el prestigio de una institución que, ondeen cien, o mil, o ninguna bandera, es más leonesa que el gallo de San Isidoro. Y lo es porque los leoneses -uno confía en tener salvoconducto después de 23 años de pasear por Ordoño- quisimos que así lo fuera culminando con éxito una de las aventuras culturales más trascendentales de toda la larga historia de este viejo reino. La Universidad de León, en cuyo escudo, en cuyos papeles oficiales, campea con orgullo un león rampante, merece el máximo respeto por parte de las instituciones de la ciudad y de la provincia. Y ese respeto empieza por evitar cualquier movimiento que contribuya a desfigurar lo que constituye su esencia. Y ahí regresamos a donde empezamos. Porque no es tanto una cuestión de obligaciones, de resistencia, o de autonomía universitaria (véase la esclarecedora Tribuna de hoy firmada por Paco Sosa) sino de salir de los espacios cerrados y mezquinos. Se trata de abrir el aula del diálogo.

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