Mejor y peor

UNA ojeada al panorama económico de hace 25 años, a una inflación que rondaba el 14 por ciento, a una red empresarial clamorosamente débil en la exportación, a un entonces llamado Mercado Común Europeo, que se contemplaba como un club de ricos al que los menesterosos españoles tardaríamos mucho en ser admitidos; por no hablar de las infraestructuras de comunicación, carreteras, ferrocarriles o dotación de aeropuertos... y el etcétera que se quiera, todo ello, nos habla de un avance espectacular de España. Estamos mucho mejor que entonces, notablemente mejor. Y, sin embargo, estamos peor en ilusiones, en prudencia política, en sentido de la responsabilidad. Tengo la impresión de que somos una familia que ha pasado por un largo proceso de renovación y recuperación, y que, una vez conseguidos los logros que soñábamos, cuando ya hemos salvado, no sólo los muebles, sino que la hipoteca de la casa familiar está a punto de ser amortizada, y hemos vuelto a recuperar prestigio en el barrio, en ese momento, o sea, en éste, parece que nos hemos puesto de acuerdo en desenterrar las viejas rencillas familiares, y los hermanos y los cuñados se pasan todo el día perdiendo el tiempo en discusiones, en enfrentamientos, mientras los más pequeños observan con algo de desconcierto este desbarajuste. Mientras en Europa se estudia una Constitución continental, y millones de polacos, rumanos, checos, eslovenos y demás familia, se aprestan a formar parte de esa Unión, aquí nos volvemos a plantear que la forma de agrupamiento estatal, que nos ha permitido la renta per cápita mejor de nuestra Historia, debe ser revisada, y que la Consitución más duradera de la que hemos disfrutado, también. Hace poco se lo intentaba explicar a un alemán y me dijo algo terrible: «Los españoles estáis locos». Y puede que tenga razón.