CANTO RODADO
El quiosco globalizado
DICE mi quiosquero que al gremio le ha llegado la globalización y que está harto, que le han robado la ilusión de levantar la chapa cada mañana para vender la prensa. Las condiciones leoninas de una de las distribuidoras que, con excepción de Diario de León, monopoliza el suministro de publicaciones periódicas, y las tentadoras ofertas de las revistas para captar suscriptores, merman su clientela y su moral día tras día. Para colmo de males, hace pocos días apenas había vendido los primeros periódicos cuando sufrió un intento de atraco. Las gominolas, los periódicos y las películas X, eran el único botín que podía ofrecer a los incautos atracadores, que confundieron su esquina con la de una entidad bancaria o poco menos. La imagen de dos los dos colegas encadenados a la verja de la Catedral amenazando con quemarse a lo bonzo para exigir que el monopolio rebaje las presiones sobre sus cada vez más escasas ganancias le deprimió aún más. Trágica y esperpéntica. Un grito desesperado contra el libre designio de las libres fuerzas del mercado: el catecismo del neoliberalismo. Encadenarse no es políticamente correcto, es espejo de la desesperación Los quioscos transformaron la voz intantil de los vendores de periódicos en una imagen en los tiempos en que se impuso aquello de una imagen vale más que mil palabras... y ahora están en crisis y forman parte de ese hecho llamado globalización. La globalización, ese hecho tecnológico magnífico, aún no ha servido para democratizar la información en el mundo, para reducir las jornadas laborales, repartir el trabajo y distribuir los beneficios del avance tecnológico entre todos los seres humanos en forma de más tiempo libre, más calidad de vida y un salario justo para vivir. Estamos globalizados como consumidores /trabajadores/parados pero no como ciudadanos. Y eso aquí. Imagínense la globalización en Bolivia, en Singapur o en la India.