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Publicado por
RAFAEL GUIJARRO
León

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LA VERDADERA mayoría de edad llega cuando tienes que ponerte las gafas para ver el número entrante en uno de esos minúsculos teléfonos móviles. Hasta ese momento, todos somos jóvenes, incultos de una LOGSE mal llevada, posteficaces que saben vivir de algún presupuesto que no es el suyo, y encantados de haberse conocido a sí mismos por fin, después de tantos años de no tener ni la más remota idea de quienes eran, pero el tamaño de la letra de las pantallas abre de repente un mundo nuevo, que ya no está hecho para ti, al que no puedes integrarte. La civilización ha creado tal cantidad de cosas escritas en letra pequeña, y parece tan absolutamente dispuesta a seguir haciéndolo, que jamás podrás volver a saber enteramente de qué se trata lo que está pasando. Los mensajes en el móvil no tienen que ser necesariamente ininteligibles por el estilo cabalístico de abreviar lo más posible que dominan tus hijos con absoluta maestría, sino porque la pantalla es diminuta y convive con la hora, el día, la compañía telefónica, la fuerza de la señal, el parpadeo de que hay más mensajes e incluso los resultados del fútbol o que está lloviendo en Nueva York, con la falta que hace que lo haga aquí y quién sabe lo que hará si algún día te pasas por allí. Los móviles con fotos sirven para dejar a la posteridad la cara de tonto que queda cuando le das al botón que no es. Y por todo ese mundo circula la gente feliz, indocumentada, los antiguos de la LOGSE, los posteficaces y los que dicen que saben a dónde van, pero tú necesitarías no unas gafas, sino una lupa de entomólogo para distinguir la especie de mensaje que te llega y no digamos ya para leerlo antes de que se pase de largo y te quedes como el sabio que volvió el rostro y se encontró con que el que venía detrás sí que se enteraba de lo que tú ni flores.

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