Aspiceite

YA CANTABA la alegre zarzuela del siglo XIX que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Y en este sofisticado mundo en el que nos ha tocado vivir, empeñado siempre en la búsqueda de singulares atajos, surgen a diario inventos e iniciativas como los condones personalizados, artilugios muy particulares que ostenta la talla y el copyright de su propietario, la pícara lencería erótica con sabores frutales y hasta la Meca-Cola, versión islámica de la universal bebida que pone unas chispas de alegría en nuestros tragos. Siguiendo este principio de vasos comunicantes, una empresa malagueña ha elaborado cierto aceite que reúne todos los principios de la dieta mediterránea y que, según los padres del invento, podría sustituir ventajosamente a la tradicional aspirina en la prevención de las enfermedades cardiovasculares. Como ocurre con casi todas las cosas, se trata de un asunto de puntos de vista, y las deductivas mentes responsables de tan benéfica criatura ya se frotan las manos ante los previsibles beneficios económicos que les reportará el mágico y salutífero «aspiceite». Sumidos como estamos en una institucionalizada patología del despilfarro, es de agradecer la inventiva de los autores de este elixir que llegará a desplazar a los exorcismos habituales, en forma de las ya casi familiares aspirinas. El gran guiñol de la vida no es más que la voluntad personal de ir a contrapelo, concretada en una serie de utopías que en determinadas y felices ocasiones se manifiesta en fabricados como el aspiceite. Así que supongo que la cuestión consistirá en cogerle el punto y, puesto que sólo las cucarachas sobrevivirán a un ataque nuclear, a rey muerto, rey puesto.