EN LAS guerras de ahora, que son como las de siempre, pero perfeccionadas por el uso, hay más víctimas colaterales que las que eligen los mandos como objetivos preferentes. Se deduce que la población civil está en primera línea de fuego y por lo tanto la retaguardia es el sitio más peligroso. La ONU acaba de lamentar la muerte de nueve niños afganos, suceso que califica de
de los Estados Unidos, que llevan algún tiempo equivocándose. Washington, por su parte, ha expresado su más sentido pésame a los padres de los niños destripados por los bombardeos, salvo en el caso de los que eran huérfanos. Ustedes perdonen, ha sido sin querer. Lo que en realidad pretendía la población estadounidense era cargarse a un presunto terrorista, pero apuntaron mal, con lo que se han apuntado un nuevo fracaso. Ahora se les llama terroristas a todos los miembros de la resistencia, en un intento de convencer al mundo de que todo el que luche contra los invasores es un desalmado sin el menor sentido de la hospitalidad. La ONU tiene la vaga impresión de que sucesos como este tienen
y asegura que entre las duras obligaciones de la organización militar figura en primer término la protección de los ciudadanos que aún ostentan la meritoria condición de supervivientes. Desde que se inició la intervención han fallecido bruscamente miles de civiles, pero no se sabe cuántos, ya que es dificilísimo contar afganos. No están numerados. La caza del talibán ofrece muchos inconvenientes: suelen mezclarse con quienes no lo son y desde los aviones no hay forma de distinguirlos. Tampoco se les puede diferenciar fácilmente de los 500 delegados que debaten la nueva Constitución. Ahora están con el borrador. No tienen tiempo, entre artículo y artículo, ni de escuchar más disculpas, ni de qué niños muertos se habla. Además, los nueve murieron cuando estaban jugando en la calle. O sea, que ya se encontraban en el paraíso.