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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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ES IMPROBABLE que los españoles nos hayamos vuelto más sensatos, así de golpe, y en vez de aspirar a tener un golpe de suerte, aspiremos a influir en nuestro futuro económico. ¿Qué ocurre, somos más previsores o somos menos pobres? Lo cierto es que la tasa de ahorro de los hogares creció en el 2002 por vez primera en siete años. No se sabe si se debe a que fue un año capicúa o a la moderación del consumo, impuesta por algunas incertidumbres. Por un lado está el no saber por dónde van a ir las cosas y por otro está el no saber por dónde andaremos nosotros para verlas venir. Los pobres siempre han ahorrado de aquello que les falta. No se sabe, por qué, en los hogares españoles ha existido siempre el instinto básico de acumular unas monedas «por si se presenta una enfermedad». No se suelen guardar para hacer un viaje a la Costa Azul o para voltearlas en un casino, sino como previsión en el caso de que ocurra algo malo. La mayoría de nuestros compatriotas dice eso de «que sea lo que Dios quiera, que nunca será nada bueno» y se esfuerza por prever las consecuencias indeseables del granizo aunque esté lloviendo café. El caso es que hay dos clases de ahorro: el que es fruto amargo de muchas renunciaciones y el que deriva de gloriosos sobrantes. Por desgracia, la estadística prueba que la primera modalidad está al alcance de más gente que la segunda. Hubo un tiempo en el que el ahorro de los hogares españoles se situaba en el 16% de la renta disponible, pero ahora nadie está dispuesto a mantener ese porcentaje. Ha ido descendiendo y el primer repunte se dio el pasado año. ¿Nos estaremos dando cuenta de que no hay que caer en todas las trampas que nos tiende el consumo? No se trata, y menos en estas fechas, de suprimir gastos en copas y en comidas, ni en juguetes para los ejemplares más recientes de nuestra tribu, sino de no adquirir cosas que sean realmente inútiles. No hay que ser más austeros, sino menos gilipollas.