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Publicado por
PEDRO CALVO HERNANDO
León

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NO PUEDE SER eso de que el ministro portavoz del Gobierno utilice su rueda de prensa tras el Consejo de Ministros para golpear y desacreditar sistemáticamente a la oposición y, singularmente, al líder socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Y que lo haga utilizando para ello todas las ventajas y aparatos de difusión que acompañan a las comparecencias del Gobierno. Y que consuma en ello casi todo el tiempo de su comparecencia. Es exactamente eso lo que ha vuelto a hacer este viernes Eduardo Zaplana, a sabiendas de que los atacados nunca van a tener ni de lejos plataformas semejantes para defenderse adecuadamente, como exigen los principios democráticos más decantados. Tampoco puede ser que el Gobierno, a través de su portavoz o de cualquiera de sus miembros, organice esta descomunal campaña de descrédito y descalificación de un Gobierno democrático, para colmo ni siquiera constituido todavía, como es el catalán salido de las urnas y que cuenta con el respaldo de la inmensa mayoría del electorado de Cataluña. La perplejidad, el asombro, la desolación y el desasosiego que Eduardo Zaplana dice producirle el Gobierno que presidirá Pasqual Maragall son precisamente los sentimientos que nos embargan a todos los demócratas, progresistas o no, ante una terrible y triste realidad como es la no aceptación por ellos del resultado de las urnas, por mucho que no sea ni mucho menos la primera vez que eso sucede y que la última la tengamos todavía bien reciente. Perplejidad, asombro, desolación y desasosiego producen igualmente la ancha complicidad mediática que da cobertura y difusión a semejantes abusos. Perplejidad, etcétera, me produce el hecho de que no seamos todos capaces de ese mínimo respeto democrático que exige siempre la aceptación de unos resultados obtenidos con total limpieza y transparencia y de la voluntad popular -en este caso muy mayoritaria- libremente manifestada. Lo sucedido en Cataluña se ve que les viene muy mal y no paran en barras para machacarlo, usando las invenciones que haga falta, aunque se arriesgue la estabilidad democrática.