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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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ANTES QUE LA CIUDAD fue el puente, que sólo existe, claro, cuando hay camino. Es por todos sabido que el puente del Obispo fue cercanamente santificado por una iglesia dedicada a San Pedro y luego, más arriba, hubo un castillo para dar sombra protectora a la Puebla, que estaba incluso antes que el pueblo viejo. Así de sencillas son las cosas de la historia que tantas ocupaciones dan al cabo del tiempo a los hombres, tan dados como somos todos a complicarlas. Pero lo importante ahora es el puente, del que crecieron como por magia callejuelas trazadas a mano alzada con pulso tembloroso que iban hacia la encrucijada de la Plaza de los Mesones, que no había nacido aún aquel tal Lazúrtegui, el ingeniero iluminado que vio el oro negro en el fondo de la tierra. Hacia el tiempo en que llegó el tren, en el límite entre la ciudad humilde del pimentero y el reducto elevado de los rentistas, vino a levantarse el mesón de Cubelos, acogedor fielato que dio, por fin, verdadero sentido a aquel arco de piedra. Por la ventana siempre abierta de esa casa que huele a pulpo y a gentes buenas se asomó -no hace tanto de eso- la cámara de Pepe Cubelos a ver cómo la ciudad crecía, cómo tomaban fuerza los autobuses que venían de lugares que ya no existen para subir la cuesta hacia el Plantío, como el río se ponía bravo y lamía feroz la ribera del Sacramento, cómo la crueldad del desarrollismo se ensañó con la espadaña de San Pedro¿ El resultado de esa mirada fotográfica ha salido felizmente del baúl y cuelga en una impagable exposición en el Museo del Bierzo. Yo he visto una mañana este «panorama desde el puente» y, creedme, me alegró el día porque todos los ponferradinos, los bercianos en general, estamos un poco en él.