Sadam, Maragall, Bush y compañía

HA SIDO uno de los fines de semana más calientes que se recuerdan, aunque sólo sea pensando en la captura de Sadam Huseín, el fracaso de la cumbre europea y la tremebunda ofensiva del Gobierno contra Maragall y todo lo que conlleva el pacto de las izquierdas en Cataluña. La medida de los intereses políticos de cada bando o capilla se ha visto en la importancia que cada cual atribuía a estos acontecimientos y en el tratamiento que los dispensaba. Es verdad que el apresamiento del ex dictador iraquí supone en principio un aparatoso punto favorable a George W. Bush y a todos los que se embarcaron con él en la aventura de Irak. Pero pasado este primer momento de euforia, los problemas siguen ahí: la extrema violencia de la resistencia iraquí, quizá avivada por la captura de Sadam, es la primera consecuencia visible. Y a corto plazo, la cuestión sobre el quién, el cómo y el dónde del juicio que se supone tendrá que afrontar el prisionero, para que sea un juicio legitimo e imparcial. El sonado fracaso de la cumbre europea que intentaba fletar la Constitución ha quedado de momento un tanto eclipsado por lo de Sadam Huseín, lo que a José María Aznar le ha venido muy bien, pues la ha evitado desgañitarse en explicaciones y justificaciones. El presidente español trato de defender una postura favorable para los intereses de España y puede decirse que le echó decisionismo y arrojo. Lo que no me quita nadie de la cabeza es que muy posiblemente el desenlace habría sido otro si Aznar no hubiese practicado la política de aislamiento en que se sumergió en el último año. Si su alineamiento no hubiera sido tan total con Estados Unidos en la guerra de Irak, seguramente Chirac y Schroeder no le habrían puesto la proa de esta manera tan despiadada. Ahora se trata de recomponerlo todo, tanto el futuro del país de Sadam Husein como el necesario consenso en el seno de la Unión Europea. Por eso lo de Cataluña tengo que dejarlo para mañana, que es el día de la votación en el Parlament, tras el discurso de embestidura de Pasqual Maragall y el debate con los portavoces de los partidos políticos.