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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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TUVO que ser emocionante. Al margen de los criterios políticos, alguna vez hay que acordarse de los sentimientos. Era dejar atrás veinte años de diputado. Veinte años que supusieron todo: su estreno parlamentario, su consolidación como líder del partido llamado a tener todo el poder, su investidura como presidente¿ Y al final, esa sensación contradictoria de fortaleza y soledad política. Ningún presidente del gobierno ha sido tan duro, tan hosco, tan destructor de la oposición política. Y se marchó del Congreso. Ahí queda su imagen de hombre que recoge sus gafas, las mete en su funda, las guarda en su cartera y emprende un viaje sin retorno. Si no le han saltado las lágrimas, habrá sido porque pensó que un hombre no llora en público. Se marcha voluntariamente, sin nadie que le empuje. El próximo presidente que se someta a control de la Cámara ya no será él. Será Rajoy o Zapatero, pero no él. Esa retirada formará parte, a juicio de la historia, de un gesto lleno de grandeza y desprendimiento. Como ciudadano, me hubiera gustado que todo hubiera sido de otra forma. Me hubiera gustado que el aplauso final hubiera sido de todos los grupos parlamentarios, y no sólo de sus diputados. Al fin y al cabo, ha sido el presidente de todos los españoles. Ha dedicado ocho años íntegros de su vida a la tarea de gobernación, con renuncias y sacrificios personales. Presenta un balance satisfactorio en lo económico y en lo social, con la única sombra de los conflictos territoriales que no supo torear. Y no entra en una nueva contienda política. «Sólo» entra en la historia. Merecía más generosidad. Quizá se escogió mal el pleno de despedida. Era un pleno después del fracaso de la cumbre europea que no logró redactar una constitución, y hay mucha gente -no sólo Zapatero- que piensa que los grandes de Europa le dieron la espalda por su actitud ante la guerra. Y era una sesión de control que respondió a los esquemas clásicos: una oposición que trata de cercar al poder, y un poder que se crece al ridiculizar a la oposición. Se dijeron tales adjetivos de descalificación, que no era posible la grandeza de la generosidad en el aplauso. Una vez más, el partidismo se impuso a los mínimos sentimientos de equilibrio. No es la primera vez que ocurre. Cuando Felipe González y Suárez negociaban en secreto, el líder socialista le prometió: «algún día diré que eres un auténtico hombre de estado». Tardó casi veinte años en decirlo. Debe ser lo que tardan los políticos españoles en archivar su rencor.