EL RINCÓN
Programa de festejos
LAS ETERNAS preguntas que siempre se ha hecho el ser humano, ¿a dónde vamos?, ¿de dónde venimos? -a las que Woody Allen añade ¿qué hay esta noche para cenar?- están dejando de formulárselas muchos españoles. Venimos de una nación convulsa y aguerrida, que todo lo tuvo y todo lo perdió, salvo el idioma, que hablan cuatrocientos millones de personas, bajo palabra de honor. De eso venimos, pero parece que vamos a unas repúblicas de taifas donde unos van a cenar inmediatamente después de haber merendado y otros tendrán que conformarse con un desayuno-almuerzo. Lo ha dicho muy bien Bono: «cuando alguien quiere comer aparte es que quiere comer más». Lástima que los deteriorados cerebros de su partido le impidieran pasar el Tajo. Hubiera impedido el desguace y la incoherencia de un partido que fue honrado a carta cabal hasta que llegaron los tahúres y rompieron la baraja. Sigue siendo necesario. Se asombra el presidente de Castilla-La Mancha de que puedan proclamarse de izquierdas los enemigos de la solidaridad. No debiera sorprenderse: en nuestro país existe un izquierdismo meramente verbal que no exige la menor adecuación entre ideología y conducta. Para ser de izquierdas basta con decir que se es de izquierdas. El nuevo «president», Pasqual Maragall, anuncia que si no se consiente que Cataluña sea un Estado, «el drama está servido». No van a faltar ni actores, ni directores de escena, ni comparsas. Lo que ocurre es que el público no desea asistir a la representación de un nuevo drama. No es ese el programa de festejos que esperamos ver en el siglo XXI. Estamos en pleno «desvarío político», en palabras de Cristina Alberdi, que ha abandonado el PSOE para no fomentarlo. Acusa a Zapatero de «dar alas» al nacionalismo y de jugar con fuego. No debe hacerlo; es un líder combustible. Se confirma una vez más que para permanecer en un partido hay que cambiar de ideología y para ser fieles a una ideología es necesario cambiar de partido.