CANTO RODADO
Solsticio
LLEGÓ LA NAVIDAD, la nieve no cayó, pero llovieron los villancicos y las funciones infantiles en los colegios. Niños y niñas reinterpretando a los personajes de Belén o encarnando a los seres más extraños en busca de la estrella que les guie. La liturgia cristiana que crea e inspira el universo navideño en nuestra cultura monopoliza el repertorio que las maestras y maestras utilizan para poner en práctica las capacidades expresivas de niñas y niños a través de la música, la recitación y el teatro, principalmente. Y lo hacen muy bien. Hay quien intenta salirse del guión y pone en escena, en lugar de pastorcillos, insectos que quieren acudir al portal a las notas musicales escritas sobre una sencilla túnica blanca o transforman a los Reyes Magos en las reinas Melchora, Gaspara y Baltasara para reivindicar la paz y nombrar a las niñas... Embelesados por el ritmo de la historia, crios y crias se aprenden sus papeles -y los del resto- y los villancicos al dedillo y sin pestañear. Estos momentos quedarán grabados en sus vidas incluso cuando ya no los recuerden o carezcan para ellos de importancia. Se echa en falta en medio de todo este esfuerzo algún mensaje que les hable del solsticio de invierno, de que la naturaleza trae la luz y de que el hombre, posiblemente ya desde Atapuerca, ha rendido culto a la madre tierra en los momentos clave de su ritmo anual, los soslticios de invierno y verano y los equinoccios de primavera y otoño. Está bien conservar las tradiciones, pero no sólo una y única tradición. Una mirada a la naturaleza y a las viejas costumbres puede descubrir a los niños el mundo intuitivo, pero racional, que se construyeron sus tatarabuelos para moverse por la vida: no tenían satélites para predecir el tiempo y hacían cálculos en las cabañuelas, construian y celebraban con lo que tenían a mano -el bosque, sus cosechas- y procuraban no causar daños a su entorno... La Navidad tiene mil mensajes. Reivindico el del solsticio.