EN BLANCO
Antisemitismo
DE PASO por Madrid, el ex primer ministro israelí Simón Peres, galardonado en su día con el premio Nobel de la Paz tras la firma de los acuerdos que abrieron la mayor esperanza a la paz en el convulso Oriente, se ha sumado a las burdas pautas manejadas por el jefe Sharon y compañía, acusando al conjunto de Europa de antisemitismo por no avalar moralmente el experimento de masacre que se perpetra a diario contra el humillado pueblo palestino. Insistiendo en una tesis que huele a rancia, acusa a los pueblos europeos de estar infectados por una epidemia antijudía que deben curar de inmediato, al tiempo que justifica la actitud de su inocente gobierno. Al escritor Saramago le pusieron de vuelta y media cuando, después de una visita a Palestina, aseguró que la situación le recordaba a la vivida en los campos de exterminio nazis. Qué se puede pensar de una sociedad ultramilitarizada y ultrareligiosa que asesina impunemente a sus vecinos, mientras las víctimas aguardan la hora del matarile poniendo la amarga mirada del portero que está a punto de ser fusilado desde el punto de penalti. Y luego se extrañan que surjan, como rayos vengadores, esos kamikazes que prefieren acabar de un flechazo en el pecho a una lanzada en el trasero, demostrando a su Dios que han elegido morir luchando. Voces sensatas de ambos bandos abogan por un entendimiento como el plasmado en el oficioso Acuerdo de Ginebra, quizá la última esperanza para una región convertida en auténtico bomba de relojería, pero mientras tanto, a modo de aperitivo, sigue el genocidio palestino sin que nadie haga algo por evitarlo. Desde luego, los judíos son el pueblo más pesado del mundo. Y que nadie me acuse de antisemitismo porque no lo digo yo. Lo dijo el emperador Nerón.