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Publicado por
FERNANDO ONEGA
León

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USTED ENCONTRARÁ hoy en los periódicos esta información: en la primera semana de Navidad, por lo menos 87 personas perdieron la vida en accidentes de tráfico. Dado que en el mismo periodo de 2.002 la cifra de víctimas mortales ha sido de 65, estamos ante un aumento del 35%. «No escarmentamos», decía el rótulo de un informativo de televisión. Creo que es algo peor: hemos incorporado esa estadística a la normalidad de la vida. Los accidentes de tráfico, si afectan a una persona, sólo son noticia local. Contamos los muertos con frialdad numérica, como una estadística más, que forma parte de lo habitual. Sin embargo, estamos ante una tragedia nacional. El número de víctimas de un año es muy superior al número de personas que murieron en las Torres Gemelas. Aunque sea una comparación que nunca se debe hacer, se ha publicado que en un solo fin de semana el tráfico es capaz de matar más ciudadanos que la banda terrorista ETA en varios años. Con lo cual, se puede deducir que, si hay un homicida en potencia, ese homicida es el coche, que cuenta con el alcohol como aliado: un 40% de los cadáveres tenían una dosis de alcohol en sangre superior al permitido por la ley. Y todavía tenemos un dato más terrible: la muerte de jóvenes. No hay madrugada de fin de semana donde algún menor de veinticinco años no caiga en ese sacrificio ritual de vidas. Miles de padres han asistido al entierro de sus hijos. Otros miles esperan angustiados a escuchar la cerradura de la puerta, temerosos de que en su lugar suene el teléfono con alguna mala noticia. Es el otro sufrimiento callado que se vive en multitud de hogares. Se ha hecho casi todo para evitar esta sangría. Se han mejorado las carreteras. Se gastan grandes presupuestos en campañas oficiales. Se endurecen las normas. Los radares pueblan los arcenes para castigar excesos. Los coches son más seguros. Los medios informativos predican la prudencia. Hay una mayor cultura de la seguridad... Todo resulta igualmente inútil. ¿Se puede hacer algo más? Cada español tiene su propia teoría. La mía es que cuando se circula con prudencia, cuando no se hace el loco, cuando la velocidad tiene en cuenta las limitaciones del trazado, sólo se produce el accidente humanamente inevitable. Lo triste es que esa cultura elemental no se practica. Y cuando se trata de imponerla con la ley, el deporte nacional es burlar a la Guardia Civil. Es un problema de educación. Y no sólo vial. Simplemente educación cívica.