EL RINCÓN
La otra alarma
LA VERDAD es que hay cosas que son como para volverse loco y eso es exactamente lo que le ha pasado a muchos de los encargados de la seguridad en Estados Unidos, desde los siniestros ataques del 11-S. Siguen aún con el síndrome y quizá no sea para menos, pero el caso es que esperan más desastres y todos inminentes. De momento han concentrado su alerta terrorista en torno a California, cancelan los vuelos de Air France y el Pentágono activa unidades especializadas en armas no convencionales. A los ataques a las Torres Gemelas les suceden los ataques de locura, pero eso, con ser mucho, no es nada, comparado con la paranoia que se ha extendido ante el primer caso de vacas locas. Ellos están acostumbrados a ver desde fuera tres cosas: las guerras, las epidemias y las pobrezas. Son cosas que pasan siempre en otros sitios, pero algo ha variado en el mundo y ahora las vacas del Imperio «se han escapao». Por vez primera una res de Washington ha perdido la razón. Los resultados preliminares de los análisis dieron positivo y las muestras se enviaron a un laboratorio británico que confirmó que no se trataba de un diagnóstico pesimista. La vaca yanqui estaba más loca que una cabra de esas que en algún pueblo de la España profunda tiran desde el campanario de la iglesia los catetos más raciales. Cerca de veinte países, además de Australia y Rusia, han cerrado sus fronteras a la magnífica carne procedente de Estados Unidos, que es la que les sobra a ellos de las indescifrables e irrenunciables hamburguesas. Bastante tienen para demostrar su antiamericanismo con ver películas rodadas en Hollywood, fumar Marlboro, vestir pantalones vaqueros, mascar chicle y beber Coca Cola. Hasta aquí hemos llegado, se han dicho. Ingiera proteínas, pero seguro, que una vaca loca hace ciento y con el estómago no se juega. Nosotros no tenemos nada que temer: toda la carne la tenemos en el asador y no somos importadores de productos cárnicos americanos. Aquí lo que importamos de allí son sólo órdenes de combate.