Diario de León

TRIBUNA

¿ Quién teme a la democracia ?

Publicado por
JOAQUÍN COLÍN
León

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SEMANA atrás, y desde esta misma tribuna, se replicaba con notorio desdén a las tesis expuestas días antes por el señor Pinto Cañón en torno al presente -y ciertamente crucial- conflicto vasco. Firmaba esa encendida réplica el señor Iglesias Martín, según hace constar, catedrático de Literatura. Quizás sea esto lo que explica ese tono de supuesta superioridad, no sé si intelectual o moral o ambas a la vez, con que aleccionaba al osado señor Pinto en las variadas ramas del saber. Inútil buscar en la diatriba del catedrático algún rastro de argumentación o de pensamiento propio. Este escrito no pretende ni puede ser réplica de nada.. Tan sólo ensaya una modesta contribución a ese inaplazable debate sobre un conflicto bien real, y que ya nadie va a poder eludir por más tiempo. 1.- Larga marcha hacia la democracia. El movimiento democrático por las libertades civiles y políticas, que se vino gestando en diversas formas desde el comienzo mismo de la dictadura, alcanzó sin duda en la Constitución de 1978 una buena parte de sus objetivos. Pero también sin duda, algunos quedaron -y acaso razonablemente- diferidos; mas nunca renunciados. Pues cualquier Constitución no es sino concreción jurídica de la nueva relación de fuerzas generada en un momento histórico preciso, y justo en aquel actuaban factores poderosos de la vieja legalidad franquista, que entonces se trataba de derogar. (Y no es ésta palabra descomedida: lean una vez más esa tan esperada disposición derogatoria, algo escondida allá al final, donde se levanta acta del fin de las llamadas Leyes Fundamentales). Aunque no el de todas: una «reinstaurada» -según la jerga del momento- monarquía representaba el elemento más claro de continuidad con el régimen, el legado personal e intangible del dictador. Quedaba así aplazada para tiempos mejores la decisión de la ciudadanía sobre una forma de Estado acaso más racional y deseable. 2. Iniciativas, propuestas en esa dirección. Es bien sabido que el País Vasco no votó mayoritariamente la Constitución -apenas lo hizo un 31% del censo-. Sí votó en cambio un año después, con un 53%, un Estatuto en el que creían encontrar un instrumento válido y abierto para el progresivo autogobierno. Hoy, sin embargo, entienden las formaciones nacionalistas y la propia IU vasca que ha llegado el momento de hacer propuestas alternativas al actual modelo de relación con España. Tanto el llamado Plan Ibarretxe , de un estatus de libre asociación (sólo la ignorancia hace a algunos traducir por «Estado», y no por régimen de relación y su correspondiente Estatuto) como la propuesta de una Federación de libre adhesión que hace IU vasca pretenden contribuir a un mejor acomodo político en esa compleja realidad plurinacional que llamamos España. Y, lo que quizá sea más importante, a una mejor convivencia entre los propios ciudadanos vascos, más libre, más pacífica, más respetuosa con las diversas identidades. Desde esa libertad también, más solidaria acaso con esos otros territorios que integran nuestro país. A quien haya leído la propuesta de estatuto político de la comunidad de Euskadi no va a poder encontrar ahí los tan denostados elementos de etnicismo o de discriminación con los no vascos de origen. Su apuesta por la condición de ciudadano como fuente de todo derecho nos permite a los ciudadanos de otras nacionalidades o regiones del Estado abrigar una esperanza: su libertad de decisión, de una nueva y mejor calidad, acaso pueda hacernos a todos más libres. 3. Las varias maneras de «quebrar la convivencia». Durante todos estos años ha habido sin duda una causa principal de esa quiebra innegable: la persistencia de ETA en la vía armada como medio de consecución de objetivos políticos. Atentados e intimidación han seguido dañando gravemente el delicado tejido de una convivencia plural y pacífica. Pero la reiterada condena -ese deber moral-se revela insuficiente. Nunca combatiremos lo bastante, ideológica y políticamente, -es decir, activa y no sólo moralmente- ese ciego recurso, de signo sacrificial e indiferente a sus propios objetivos, a la vía violenta hacia la nada. La inhumanidad de esos métodos es ya su condena. 4. Un escenario nuevo, sin violencias. Se ha dicho, con expresión certera: al margen de ETA, a pesar quizás de ETA, nunca a causa de ella, ha de hacerse social y políticamente lo que la ciudadanía en cada momento demanda de manera mayoritaria y las formaciones políticas y civiles tienen la responsabilidad de canalizar. Sin agendas dictadas desde fuera. Con la firme convicción de que la paz ciertamente no tiene precio. Si paz significa situación de respeto a todas las vidas y a todos los derechos, su valor es de uso , y ningún precio ha de pagarse por ella. Pero siempre estará alentando ahí la esperanza razonable de que a la obra política democráticamente hecha le pueda sobrevenir , por añadidura, la pacificación. En esa deseada eventualidad, los promotores de modos nuevos de relación con el Estado habrán de disponerse pronto a la defensa frente a la acusación de estar beneficiándose ilegítimamente de la ausencia de violencia. Tregua y pacificación, las palabras tan temidas. Proscritas desde hace tiempo del discurso monocorde y agresivo de quienes un día se autoerigieron en guardianes de la ortodoxia constitucional. Los que tanto han denunciado el chantaje de la violencia cuando ésta acompaña a proyectos que se pretenden democráticos, tuvieron la oportunidad hace cinco años, con la tregua, de celebrar el final de ese chantaje indebido y no lo hicieron. Desdeñaron ese cese real de la violencia y decretaron entonces que era tramposo o irrelevante. 5. El poeta y Premio Nobel W. B. Yeats, irlandés y nacionalista, nos prevenía en unos versos contra la atracción por las viejas formas del heroísmo combatiente, desde una concepción nueva y más alta del valor y la nobleza: «Hay hombres cuyo arte no ha surgido de ninguna guerra, perdida o victoriosa. Amantes de la vida, hombres impulsivos, que buscan la dicha y cantan al hallarla».

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