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León

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LA FOTO del Rey con Maragall, ambos con un gesto que era mucho más que una sonrisa pero algo menos que una carcajada, nos permite un respiro. De momento,  parece que el Barça seguirá siendo un equipo español. El gesto de Don Juan Carlos no era precisamente el de quien teme irse al paro. Había complicidad. Y a eso hemos de agarrarnos, si es verdad que una imagen vale más que mil palabras. Si hay guasa,  hay esperanza.   Menos humor hubo en el Parlamento de Cataluña, con Mas haciendo desafortunados reproches sobre el reparto de cargos, y como no hay que ser un lince de la dialéctica para sacarle punta a tal acusación, pues Jordi Pujol colocó a los cien mil hijos de San Luis y a sus respectivos parientes, Carod Rovira le soltó unos garrotazos verbales. Insisto: de los catalanes sólo me espero disgustos en el fútbol, y pocos. Por eso, este año hay que ponerle muchas velas al Real Madrid, encomendarlo a todo el santoral, pues sus victorias son el equilibrio cósmico. El espíritu de Santiago Bernabéu es nuestro Gandalf.   Lástima que no podamos aplicar el sentido del humor al problema vasco. Una bomba iba a teñir de rojo la noche en que todos los hombres de buena voluntad se desean paz. Están desterrando del País Vasco el derecho al humor. Menos mal que allí siguen esos concejales populares y socialitas, cuya epopeya será estudiada en los libros de Historia.  La foto del Rey junto a Maragall, ambos risueños, es mucho más que una anécdota. El humor es necesario también en política, porque es sabiduría, diálogo, esperanza. Juan Ramón Jiménez pedía que la política se impregnase de poesía; quizá, pedía demasiado. Conformémonos con una política donde tenga cabida el humor. Es también un derecho.

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