Langostinos, qué pena

EL LANGOSTINO, como animal, no transmite demasiado. Le ocurre como al resto de los bichos del mar, salvo a los mamíferos, que son muy bonitos y muy pintorescos, pero que no nos dicen gran cosa. Nada que ver, ya digo, con las focas, los delfines, las ballenas, los cachalotes, los leones marinos o los rorcuales, esas criaturas que siendo más o menos como nosotros se adaptaron a la vida submarina porque no les quedó más remedio, aunque aún hoy, y pues deben aburrirse lo suyo entre medusas y peces extraños, disfrutan acompañando, entre cabriolas y volatinerías, a los barcos que suponen tripulados por seres que les comprenderían aunque tal cosa, sobre todo a las ballenas, les suele salir muy cara. El langostino no parece tan listo como la gamba, que, para qué nos vamos a engañar, vista como la vemos en el plato, tampoco es un dechado de inteligencia. Y no debe serlo, en efecto, a juzgar por esas bandejas monstruosas de Navidad en las que se apiñan, sin orden ni concierto, sus cadáveres. Mal le sientan estas fechas al langostino, que si no se ha extinguido ya tras el descomunal consumo que hacemos de él es porque lo que comemos, en realidad, es esa versión de plástico gomoso, incoloro, inodoro e insípido que venden en los hipermercados. Tampoco le sienta bien la Navidad al cordero, es cierto, pero, cuando menos, el cordero sabe a algo, aunque sea a lana. A lo que iba, sin embargo, es a la lástima que me dan los langostino, sobre todo cuando los veo muertos en los grandes supermercados. ¿Qué necesidad tenemos de perpetrar esas masacres anuales de langostino si, en puridad, entristecen las cenas y no saben más a pie dormido? Los que sobrevivieron a la Nochebuena, sucumbirán en la Navidad, y los supervivientes caerán esa noche sin gloria ni aprovechamiento ninguno. hay muchas cosas en este perro mundo que dan más pena que los langostinos, casi todo da más lástima, pero ellos, tontos como son, no tienen la culpa.