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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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LO BUENO de la Navidad es que acaba por terminar aunque, con la inevitable tendencia comercial a adelantar su inicio a finales de noviembre, cada año parece más larga, más agotadora y más invivible. No es de extrañar que los sindicatos alemanes hayan pedido a los comerciantes de Berlín que concedan a sus empleados un descanso extra para compensar el desgaste mental de toda una jornada trabajando con villancicos como fondo. Los auténticos creyentes (supongo que alguno quedará) deberían hacer algo: al fin y al cabo lo que se celebra es el nacimiento de Jesús y no creo que sea este vértigo hortera de consumismo histérico la mejor manera de recordar a un hombre que predicó la igualdad y la pobreza. Alguien me ha dicho estos días que no toque las narices con la cantinela anti-navideña, que sectores como el comercio o la hostelería aguantan buena parte del año gracias a la alegría con la que en estas fechas manejamos la tarjeta. Y yo encantando con el movimiento de la economía pero, al menos, que retiren cualquier referencia religiosa del calendario y declaren directamente de forma oficial las vacaciones laicas de invierno consagradas al pata negra, el cava y el trasnoche. «¿Qué noticias hay?», le pregunta el príncipe de Dinamarca a Rosencrantz en la primera escena del acto segundo de Hamlet. «Ninguna, señor, sino que el mundo se va volviendo honrado», le contesta. «Pues entonces se acerca el día del juicio», remata el supuesto loco protagonista de la obra. Algo semejante ocurre en Navidad: nunca tanto deseo de paz, tanta exclamación de felicidad, tanta explosión de amor suena tan falso como en este fin del mundo de comercios atestados que es este momento del año del que ahora, afortunadamente, descansamos.