LA VELETA
Sobre la bondad
ME GUSTA la Navidad, pertenezco a ese club, ¡qué le vamos a hacer! Como André Glucksmann, mi politólogo francés de cabecera, a quien sigo y cito desde hace años, sé que las buenas intenciones no son todopoderosas. Por decirlo con una de sus más luminosas metáforas, que «no basta con mirar a un cazabombardero a los ojos para desarmarlo». Pero, contra el descreimiento al uso, creo que el torrente de paz y bien que fertiliza el delta del mundo en Navidad no es un simple reflejo condicionado de la manipulación de los sentimientos a que los departamentos de marketing del pensamiento único nos someten por estas fechas. Tu puedes ponerte al frente de una manifestación pero no inventártela si no existe. Si la bondad no anidase en el corazón humano, si no formase parte de nuestro patrimonio genético más noble, no habría marketing capaz de hacerla aflorar ni en Navidad ni nunca, eso es lo que yo creo. Claro que el mal existe, esa es la otra cara de la moneda. Y la que tiene mejor «prensa» en estos tiempos de hielo. Pero la compasión, la generosidad y el deseo de ser justos y benéficos que nos invade por estas fechas es nuestra tierra prometida, nuestra verdadera patria. Aunque sólo en Navidad nos sintamos a salvo del desprecio (ajeno) y la vergüenza (propia) que la bondad despierta en la selva que habitamos, reconocernos buenos en la imagen que nos devuelve el espejo es el secreto de la felicidad. Y, eso es lo que queremos ser todos: felices. ¿O no? Sólo si salimos ya, en masa, del armario en el que encerramos nuestros más nobles sentimientos entre Navidad y Navidad podremos construir el mundo mejor que le pedimos a los Reyes cada 5 de enero, o a los duendes de la competencia cuando corresponde, que esto va en gustos. Aunque sólo en Navidad nos atrevamos a quitarnos el maquillaje de duros con que vamos por la vida, la cruel coraza tras la que escondemos nuestro afán de ternura y belleza el resto del año no nos protege: nos encarcela. Y nos mutila. ¡Fuera con ella!, tiremos el miedo a ser buenos por la ventana con los trastos viejos del viejo año, si lo deseamos con la suficiente fuerza, lo conseguiremos: la utopía, contra lo que se suele pensar, no es el reino de lo imposible sino la antesala de la realidad.