TRIBUNA
Solidaridad, justicia social y las ONG
SI CUALQUIER época del año es adecuada para hablar de la solidaridad y la justicia social en nuestro mundo, así como de la labor realizada por las diversas ONG a este respecto, quizás lo sea especialmente en Navidad por estos dos motivos: En primer lugar, por ese noble sentimiento que lleva a muchos seres humanos, en estas fechas, a sentirse más solidarios con los marginados; el otro motivo bien podría ser la toma de conciencia del enorme despilfarro que se lleva a cabo en estas fiestas, e intentar frenarlo mediante la reflexión y la colaboración con algunas de las muchas ONG que existen. Nuestra conciencia humanitaria y de fraternidad podría verse enriquecida y nuestras propias vidas podrían alcanzar algún sentido. La presencia cada vez mayor de las ONG (Organizaciones No Gubernamentales) en los diversos estamentos sociales, es un hecho que pone en evidencia el sentido de la responsabilidad y el compromiso que están adquiriendo los ciudadanos para trabajar a favor de un mundo más justo y solidario. Este trabajo nunca ha de estar enfrentado al que realizan los gobiernos en las distintas áreas sociales, sino que ha de ser paralelo, a la vez que independiente de cualquier intento de manipulación por parte de los poderes públicos. La insolidaridad y la injusticia social son la demostración de que nuestras sociedades no son tan modernas y avanzadas como comúnmente se cree, pues el egoísmo y la ambición (base de las injusticias sociales) no pueden justificarse de igual manera en una sociedad avanzada y moderna como en un pueblo tribal y prehistórico que vive luchando por su supervivencia. En nuestro mundo se generan alimentos suficientes para todos, lo que falla es, por un lado, la distribución equitativa de la riqueza, la verdadera globalización que beneficie a todos los pueblos de la tierra; por otro, el respeto debido a nuestro planeta y a su biodiversidad. Estos son los fallos que intentan corregir prácticamente todas las oenegés cada una trabajando en su campo y en su ámbito correspondiente, dentro de esa múltiple y variada red que es la vida en nuestro planeta. Así como en el reino animal las diversas especies necesitan la solidaridad de los miembros de la misma especie para lograr su supervivencia, lo mismo cabría decirse del reino humano, cuyas necesidades adaptativas son muy semejantes a las del reino animal. Todo ello quiere decir que el grado de solidaridad y de justicia social conseguido por un pueblo muestra el grado de progreso del mismo a nivel humano y social. La grandeza de un ser humano puede ser medida, asimismo, por su trabajo en pos de la solidaridad entre todos los hombres. En efecto, todos aquellos seres humanos que merecen el justo nombre de «grandes», sean blancos o negros, ricos o pobres, hombres o mujeres, antiguos o modernos, se caracterizan porque han luchado, de muy diversas maneras, para acabar con la insolidaridad y las injusticias sociales. Eso hicieron tanto Buda, Confucio, Jesús de Nazareth y Sócrates en la antigüedad, como Gandhi, Martin Luther King y la Madre Teresa en nuestro tiempo. La solidaridad y la justicia social han sido defendidas también, de una u otra forma, por la mayoría de los grandes artistas, escritores y científicos, cuyas citas a este respecto son innumerables. El gran violoncelista Pau Casals decía que los seres humanos somos como las hojas y las ramas de un tronco común, la humanidad. Fue Einstein el que afirmó: «Comienza a manifestarse realmente la madurez cuando sentimos una mayor preocupación por los demás que por nosotros mismos», y Sófocles escribió: «La obra humana más bella es la de ser útil al prójimo». Las oenegé son como los ríos que llevan una sangre común y la extienden por todos los pueblos de la Tierra sin distinción de razas ni credos. Sólo saben que allí donde se halle un niño, un joven o un anciano sufriendo a causa de una injusticia social, ese dolor pertenece a la propia humanidad y ella ha de mitigarlo si desea continuar su evolución. Alguien ha dicho que el único «pecado» atribuible a la humanidad es el de separatividad, el de desunión, es decir, aquello que tiende a dividir y a enfrentar a los pueblos, a las razas, a las familias, como es la insolidaridad y la injusticia social. Dicho de otro modo podríamos afirmar que la mayor virtud es aquella que tiende a la unidad de los pueblos, aquella que acaba con todas las fronteras, las físicas y las mentales. Por eso los nacionalismos son anacrónicos y peligrosos. Por eso unidad es igual a evolución y progreso, y separatividad es sinónimo de involución y retroceso. Todos los organismos e instituciones públicas deberían potenciar su acción, cada vez más, en las distintas áreas y servicios sociales, como la mejor prueba de su voluntad de servir a los ciudadanos y de trabajar para conseguir una mayor igualdad social, apoyando el trabajo de las diversas oenegés y colaborando con ellas. Es este tipo de solidaridad el que podría terminar con esa fiebre competitiva que está frustando toda educación en los niños y los jóvenes, y que es un verdadero cáncer en nuestra sociedad. No deja de ser una paradoja que, mientras a los jóvenes se les educa en medio de una furiosa competitividad que sobrepasa todos los límites de una justa necesidad de realización personal e individual, sean estos mismos jóvenes los que más acuden a asociarse a las distintas ONG para dar un sentido a su vida a través precisamente de la colaboración. La ingente labor realizada por estas organizaciones debe ser justamente reconocida y apoyada tanto por los ciudadanos como por los responsables políticos. Muchos de los acuerdos y convenios internacionales que han supuesto un gran paso adelante de la humanidad para disminuir las injusticias sociales, han tenido su origen en las campañas realizadas como la que actualmente se está llevando a cabo a favor de un «Tratado Internacional sobre el comercio y el control de armas».