Los otros inocentes

CON UN pequeño retraso sobre el horario previsto, en Kandahar se ha conmemorado la matanza de los santos inocentes. Ha sido una representación verídica: una bomba explotó en un barrio pobre, aunque no más pobre que otros de Afganistán, cuando unos niños acababan de salir de la escuela. Los pupitres se convirtieron en ataúdes. Por unas cosas o por otras. Siguen muriendo niños. Unos se van a ver a Dios y otros a Alá, pero el caso es que suben al cielo antes de tiempo. Un lugar superpoblado el cielo. Debe de haber «ober-buquin». Para el caso da igual que la escabechina de criaturas recientes la decrete Herodes o los talibanes. Según la tradición cristiana, el primero quiso eliminar toda posibilidad de que se hiciera un hombre el niño nacido en Belén, que según la tesis de Robert Graves era el «Rey Jesús». Un problema dinástico que se llevó por delante a muchos plebeyos recién nacidos. Nuestra manera de recordar aquel horror es ahora dar bromas estúpidas y en los bazares se venden polvos pica-pica, pelotillas pestosas y mierdas de cartón. Incluso hay periódicos que se sienten obligados a embromar a sus lectores con una noticia falsa, ya que las memeces tradicionales son muy difíciles de desterrar. La matanza de los niños de Kandahar, en vísperas de la Constitución afgana, contrasta con la amnistía de otros niños, no tan inocentes. Los que violaron y mataron a un amiguito suyo en un olivar de Jaén, allá en 1998, han sido puestos en libertad. No eran tan niños, aunque fuesen menores de edad y fueron condenados a 16 años de prisión, que se redujeron a 5. Los precoces asesinos podrán cruzarse por la acera con los padres de la víctima. Viven en el mismo barrio y sus casas están a poca distancia. Incluso el presidente del Movimiento Contra la Intolerancia ha afirmado que la puesta en libertad de los dos monstruitos «raya en la impunidad». Vuelven a debatirse las incongruencias de la Ley del Menor. Hasta los 14 años, todo les está permitido, como a Herodes y a los talibanes.