Diario de León

TRIBUNA

La Virgen de los sicarios

Publicado por
RICARDO MAGAZ PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN DE POLICÍA. ESCRITOR
León

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ME TOPÉ con Walter Eduardo por circunstancias del destino en una madrugada lluviosa. Todavía rechinan sus palabras en mis oídos. «Le piqué el billete porque era un mal nacido y porque soy un profesional. La virgencita lo sabe. Escríbalo así», declaró altanero ante el instructor y el secretario con el arrojo del deber cumplido y la estampita devota bajo advocación imprecisa en su billetera. Tiempo después le cayeron veinte años de barrotes. Pero él había cumplido con su parte del trato. Era un asalariado de la muerte. Un verdugo a sueldo de quien le encargó el trabajo y le fijó el objetivo. Tres mil euros por transferencia y dos billetes de avión, uno de venida a España y otro de regreso a Bogotá fueron el adelanto a cuenta; el resto una vez concluida la faena. Tuvo mala suerte el colombiano veinteañero. Después de descargar la pistola directamente en el corazón de la víctima, un hampón desconocido que se había independizado en el filón de la trata de blancas, se estrelló con el coche en un stop cercano. La destreza demostrada con la parabellum le abandonó al volante. Hoy expía condena y saca el bachillerato a distancia. En su cartera una estampita glorificada, la de la virgen de los sicarios, le auxilia y le reconforta en la travesía penitenciaria. La contradicción y el desafío a los sentimientos religiosos tradicionales no tiene pa rangón. Como tampoco lo tiene el que capellanes con sotana e hisopo bendigan las metralletas y la artillería pesada que en manos regulares o mercenarias con soldada sacrificarán a tiro limpio al enemigo, extraño o conocido. Pretender que Dios y el resto del santoral tomen partido en el uso y abuso de la violencia ha sido costumbre ancestral y recurrente. Lo de menos es que sea legít ima o espuria, defensiva o invasora, sediciosa o disciplinada. El sicariato es casi una religión para los muchachos sin presente y sin futuro de los suburbios de muchas capitales hispanoamericanas, agobiadas por el hambre y la brutalidad sin coto, donde la existencia no significa absolutamente nada. Las condiciones de vida son ta n deplorables que matar a jornal es una actividad provechosa con lista de espera. La parvedad de garantías democráticas y la corrupción sistematizada espolea a los indecisos. La industria del secuestro y el asesinato retribuido cuenta con un soberbio caldo de cultivo del que surgen discípulos suficientes para prolongar sine die la siniestra hermandad de la casquería humana. Para los sicarios la vida es como una nuez; no puede cascarse entre almohadones de plumas, tiene que romperse de golpe. Lo perverso y a la vez sugestivo de la cuestión ha hecho que termine en territorio literario y en el cine de la mano del aclamado director B. Schoroeder. El festival de Venecia laureó su polémica cinta sobre los jóvenes criminales a sueldo. El esbozo en celuloide, sin embargo, no debe desorientarnos. Estamos hablando de sanguinarios secuaces sin escozores de conciencia. Si la muerte fuera un bien, los dioses no serían imperecederos. En 2003 se ejecutó en España a casi un centenar de personas en ajustes de cuentas mafiosas por esbirros pagados, venidos de ultramar y del Este de Europa. El trágico aumento de la delincuencia homicida en nuestro país ha puesto en prevengan a las autoridades y a los cuerpos de seguridad. La imposición de visado en algunos estados no ha servido de mucho y además es injusta con los honestos inmigrantes que vienen a trabajar, que son mayoría. El drama, por tanto, está servido sobre la mesa. A este ritmo se acabará, más pronto que tarde, despachando estampitas de la virgen de los sicarios en los rastros y mercadillos españoles. Lo malo nunca es de repente.

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