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Publicado por
FEDERICO ABASCAL
León

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AL MARGEN de las justificaciones protocolarias, en la visita de Maragall a La Moncloa se ha echado de menos la presencia de Mariano Rajoy. Maragall y Aznar sólo podían mantener un diálogo sobre discrepancias, con leves coincidencias sobre el mutuo respeto a la legalidad en sus respectivos planteamientos, pero dada la inminencia de las elecciones generales, ante cuya relativa incertidumbre existe el único dato cierto del mutis de Aznar, la ausencia del candidato del PP impide conocer si las discrepancias entre el Gobierno central y la Generalitat van a disminuir o a consolidarse después de marzo. Es lógico que ante Maragall no quisiera Aznar, flanqueado por Javier Arenas, exhibir la menor disensión entre él y su heredero político. El heredero Rajoy abre, sin embargo, la incógnita de si su política territorial va a ser continuista, es decir, si va a centrarse en el inmovilismo institucional de Aznar o, por el contrario, se abriría a algunas reivindicaciones autonómicas. Dicho de otra manera, si la política de Aznar tiene o no en marzo fecha de caducidad. Sea o no un hito histórico, si aceptamos la calificación de Maragall a su visita de anteayer a La Moncloa, el hecho es que ese encuentro entre los presidentes de los Gobiernos central y catalán purifica en cierto modo a José María Aznar de su larga incomunicación con la Generalitat, mientras que a Maragall le facilita otra de sus entrevistas programadas, con el lenkari Ibarretxe concretamente. Pero al fondo de este hito histórico o de simple normalidad política hay una sospecha y una incógnita. La sospecha, lanzada acusatoriamente por el Partido Popular, consiste en que, después de marzo, el Gobierno tripartito de la Generalitat estaría dispuesto a radicalizarse. Resulta evidente que las relaciones entre la Moncloa y la Generalitat, tras veintitrés años de poder pujolista en Cataluña, ya no van a centrarse tanto en reivindicaciones competenciales o en inversiones públicas como en un nuevo planteamiento estatutario, incluido el de un nuevo sistema de financiación. Tal vez a eso se refiriera Maragall al hablar de un hito histórico. El president de la Generalitat intentó en La Moncloa diluir las sospechas de Aznar sobre la radicalización posmarzo de su Gobierno tripartito, asegurando que éste no es malévolo ni siquiera malicioso, al menos exageradamente, mientras los silencios y ausencias de Rajoy nada revelan, al margen de las suposiciones, sobre cómo sería un hipotético y previsible Gobierno del Partido Popular.

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