EL RINCÓN
En Bombay, a la hora del aperitivo
PARA saber lo que es el hambre, al objeto de confundirla con el apetito, no es necesario haber recorrido la India, aunque puedo asegurar que se da uno muy clara idea revistando las tropas de aquella famélica legión de parias. Para saber lo que es el hambre basta darse una vuelta por el extrarradio de nuestras grandes ciudades, allí donde pierden su nombre y limitan con el campo. La verdad es que los hambrientos son muchos menos y en sus chabolas hay antenas de televisión. Lo de la India, como lo de ciertos países donde el hambre habla español, es distinto. Por eso no es nada caprichoso que los miles de militantes antiglobalización hayan escogido a Bombay para clamar contra la pobreza. Están convencidos de que la mundialización económica es el último truco, por ahora, del capitalismo. Las críticas a la Administración Bush y a la Organización Mundial del Comercio han estado presentes en los debates, pero el presidente norteamericano está muy preocupado con su reelección. Así como en España el PSOE busca un estilo menos abrupto que el de Aznar para ganarle las elecciones al PP, los demócratas yanquis buscan un tipo como Clinton, aunque menos cachondo, para batir a Bush, que sigue siendo favorito a la reelección. La maratón se inicia hoy. Pocas esperanzas hay de que la humanidad sea capaz de globalizar la comida. Habría que cambiar las terribles leyes del mercado, pero sobre todo habría que cambiar nuestra naturaleza, que es aún más terrible. Lo único que impera es el sálvese quien pueda. Los prójimos, o sea los próximos, están muy lejos y la distancia nos ayuda a creer que su destino es irreparable. Veinte siglos después de que alguien formulara la teoría de que tenemos que amar a los demás como a nosotros mismos, puede decirse que el experimento ha fracasado. Sólo los poetas siguen soñando con «una panoplia de cucharas y con un vapor oceánico de sopa».