La inacabada

COMO si de la célebre sinfonía de Schubert se tratara, lo cierto es que en Papalaguinda se hacen cosas pero no se terminan de rematar. Se colocaron farolas nuevas y se tuvo el gran acierto de pensar que no deben estar a la misma altura las que alumbran la calzada que las que proyectan luz sobre las aceras, y así se ha conseguido que este paseo no sea un sitio lúgubre y tenebroso por el que da miedo pasar, aunque si se trata de cruzar hacia el Palacio de Deportes por la pasarela (e imagino que lo mismo ocurrirá en el resto de pasos para acceder al otro lado), el jardín sigue a oscuras, recortándose las siluetas de quienes andan gracias a la luz que llega de lejos, pero no a la de allí mismo. Es de aplaudir la nueva iluminación, pero lo que no tiene sentido es que las zanjas que se abrieron en el jardín colgante entre el paseo de la Facultad y el que nos ocupa (abiertas precisamente para meter el cableado de las farolas) sigan sin cerrarse, esparcida la tierra por los arrededores de las zanjas, pero no dentro de ellas. No sé a qué se espera para cerrarlas, porque cierto es que esa zona lleva desde hace más de dieciséis años pendiente de una remodelación que se proyectó a mediados de los ochenta y de la que nunca más se supo. Pero como no creo que se vaya a acometer ahora, no entiendo que no se cierren las zanjas que se abrieron y que sólo contribuyen a dar un aspecto más desolador y descuidado a ese trozo de zona verde, que cuenta con algunos ejemplares arbóreos de muchas décadas. Si a eso se une que las bolsas y la suciedad propias de que el mercado de martes y jueves y el rastro de los domingos tengan allí su sede es fácil imaginar la mala imagen que se da. Y no quiero decir que el servicio de limpieza no haga bien su trabajo al terminar los mercados, sino que el viento y la gente que cruza por allí dejan huellas de su paso y esas no las retira nadie. Zanjas cerradas y tierra sin papeles y bolsas es lo mejor para no dar sensación de abandono.