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Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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LA JUNTA Electoral ha obligado al Ministerio de Trabajo a retirar su abrumadora publicidad, orquestada por el señor Zaplana, que es muy trabajador, «hasta que se termine el proceso electoral». Quiere decirse que, piadosamente, nos van a conceder una tregua y se va a prohibir fijar carteles en el interior del cerebro de los votantes. La propaganda es una de las diosas de nuestro tiempo que ha reclutado más adoradores. Henry Ford -el hermano de Roque- aconsejaba a los empresarios de su época que si ganaban cien, por ejemplo, invirtieran noventa en publicidad. La proporción parecía excesiva, pero al parecer era rentable. El doctor Goebels entendió la fórmula de otro modo, aún de mayor efectividad, cuando descubrió que una mentira, si se repite mil veces, se convierte en algo verdadero. Las campañas de propaganda institucional vulneran la legalidad, pero eso no es lo peor: lo peor es que aburren a los ciudadanos en la misma medida que los cabrean. ¿Qué cara se le pone a un parado cuando oye presumir de la creación de empleo? Quizá más o menos la misma que se le pone a un jubilado cuando le dicen que va a recibir unas suntuosas monedas, en forma de paga extra, que le van a permitir tomarse unos cuantos cafés con leche más todos los meses. Mienten más que hablan y hablan por los codos, pero lo de la revalorización de las pensiones resulta ofensivo. Según el Boletín Oficial del Estado, el ministro Zaplana adjudicó durante el pasado año 2003 contratos de publicidad por 41,4 millones de euros. Es generosísimo con el dinero de los españoles y no tiene el menor inconveniente en tirar nuestra casa por su ventana. Su antecesor en el cargo, Juan Carlos Aparicio, gastaba menos de la mitad, pero él, para demostrar que lo hace el doble de bien, ha duplicado la cifra. Durante unos días vamos a oír menos mentiras confortadoras. Las reservarán para los mítines donde sólo acuden para que les convenzan los adictos. O sea, los previamente convencidos.