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TRIBUNA

Un periodista llamado Francisco de Sales

Publicado por
ENRIQUE CIMAS PERIODISTA
León

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HACE AÑOS, doscientos o trescientos, los periodistas de León nos reuníamos para celebrar la fiesta de nuestro patrón, San Francisco de Sales. Primero se celebraba una misa con asistencia de autoridades, esposas de algunos profesionales, además de los colaboradores que siempre brujulean en torno a los responsables de las publicaciones periódicas, y seis o siete periodistas; cinco de los cuales, de más de sesenta años. Eso era al principio. Después, la costumbre de la misa desapareció en combate, y las celebraciones patronales se redujeron a una comida de hermandad. Es cierto que en ella, por lo menos, se hablaba de nuestras cosas. De nuestros agobios laborales y de las peripecias de cada cual para sobrevivir en la jungla informativa, y no perecer en el intento. No estaban mal no, los ágapes del informador; por de pronto, en el ambiente revoloteaba una cierta sensación de camaradería, junto a la posibilidad de desahogar tus tribulaciones con el comensal de al lado -aunque fuera de otro medio- respecto de las cornadas que da la vida; y más si esa vida es la periodística... Pero teniendo en cuenta que todo pasa en esta vida, también pasó la confraternización gastronómico-comunicadora; probablemente por un agotamiento de ideas basado, por lo general, en el mínimo esfuerzo de voluntades. Y hasta en una endémica abulia para con todo lo que sonase, no digamos a espíritu corporativo, que casi nunca existió -que yo recuerde- sino a la posible constitución de alguna figura gremial. Ojo, que me estoy refiriendo al desistimiento, o desánimo, de los periodistas leoneses para un hipotético plan asociativo; y no a las relaciones de afecto y compañerismo entre ellos, de lo cual sí puedo ofrecer algún testimonio. El caso es que ha sido una pena la desmembración -o evanescencia, vaya usted a saber- de un grupo con algún grado de agremiación, o al menos de asociación; pese a los notables esfuerzos por evitarlo de algunos compañeros. Por ejemplo, en los últimos tiempos, Manolo Valdés, q.e.p.d, y, más recientemente, el bien intencionado y querido por todos Ángel María Martínez Fidalgo. Bien, no todo está perdido. Incluso yo, que voy para provecto, y que me niego a ejercer de tal, constato la existencia de mucha juventud en las nóminas periodísticas de ésta ciudad y provincia, e imagino que sus miembros, primero, no van a consentir la inexistencia de una entidad profesional de informadores -legalmente identificados- para la defensa de sus intereses; los de los ejercientes en uno de los oficios más hermoso y complicado. Y, segundo, tampoco aceptarán que esa situación perviva por mucho más tiempo, soportando la cómplice sonrisa de ironía y retintín de los ciudadanos, sorprendidos de que aquellos que predican la necesidad de las agrupaciones, de uno u otro signo social, anden dispersos. Como si, en vez de integrantes de equipos redaccionales, fueran outsiders de la información. De todos modos, sin poner cara de sermón, ni de tío infatuado a causa de un poco de la experiencia, -eso sí, adquirida a lo largo de más de cincuenta años de periodismo-, sin apelar, digo, a semejantes argumentos que inflan las vanidades, creo que no estaría de más que volviésemos un poco los ojos a la figura de un periodista excepcional, llamado Francisco de Sales. Que, mira tú por dónde, hoy celebra la Iglesia, y recuerda el calendario... Fue, el santo y obispo ginebrino, un eficaz y activo siervo de Dios. Luchó a brazo partido contra la intolerancia y la herejía de los calvinistas de su época. No sólo desde el púlpito, que era lo suyo y natural, sino haciendo un periodismo eficaz y doblemente sacrificado; esto último por el gran esfuerzo personal y por lo toscamente artesanal de la confección. Él redactaba, con firmeza y corrección, los textos de réplica a los heréticos detractores del dogma. Reunía cuadernillos primarios, hoja sobre hoja, cosiéndolos a mano, y por cientos, tal vez por miles, los distribuía en calles y plazas de Ginebra; en las casas, y entre las familias. Cuando comenzó el prelado-periodista Francisco de Sales, esta ímproba tarea, había ya relativamente pocos leales a la Iglesia de Roma; al concluirla, una gran parte de la población, y de casi toda su área circundante, había sido rescatada para la fe católica. Ya se ve, aunque pueda sorprender un poco, que también siendo periodista se puede llegar a santo. Sería sofisma decir que precisamente por eso. Lo que queda claro es que el periodismo puede ser -y de hecho es- un camino para ser mejores. Para servir a Dios y a la gente; con entrega indubitada; con fe en Él, y en la humanidad. Sí, no hay duda: San Francisco de Sales es ejemplo para los informadores de todas las latitudes, a pesar de que muchos de ellos dejen de lado su referencia. Solicito, pues, la mediación del patrón para el mejor desempeño de nuestro hacer informativo. Tan social, como controvertido; tan útil, como esforzado.