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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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NO; NO LES HABLO de los nocivos efectos que provocan en la psique del telespectador bodrios del estilo a Ana y los siete o las pesadillas lúdico-festivas que trama impunemente José Luis Moreno para las noches de los sábados. Ni siquiera de la entrevista en profundidad realizada por Urdaci al presidente José María Aznar, donde ha quedado claro de una vez por todas que su meteórica carrera desde las ventanillas de la Hacienda riojana a la cúspide de la escena internacional, sólo es equiparable a las hazañas históricas y militares protagonizadas en su día por el gran Alejandro Magno. No; me refiero a la escuela de torturas que ha tenido abierta el Ejército argentino durante once años, en pleno período democrático, especializada en la práctica de finos trabajos de orfebrería sobre la fábrica humana, a modo de entrenamiento para los comandos encargados de dar estopa a todas las sabandijas dignas de exterminio. Lo más curioso del caso es que las víctimas, enterradas vivas y sometidas a otros divertimentos como descargas eléctricas, ahogos simulados y visionados completos del programa Un, dos, tres con sus correspondientes cortes publicitarios, eran compañeros de los torturadores que, llevados por una crisis de exaltación patriótica, se presentaban voluntariamente para semejantes tejemanejes. Ahora, eso sí, todos tenían un seguro de vida por si al jefe del departamento de desguaces se le iba la mano y el conejillo de indias moría en el intento. Supongo que a los más bestias de la clase, ese tipo de hombres cincelados a soplete, les concedían un diploma mensual al torturador más destacado. En fin, como se decía de aquel personaje del TBO significado por comer enormes bocadillos de piedras, «eres más brutico que el difunto de tu agüelico». 1397124194