DESDE LA CORTE
Estate por ahí que ya te llamaré
POR LO escuchado ayer, el muy famoso Carod-Rovira no está en el infierno como quieren Aznar y Zapatero. Maragall lo ha dejado en el purgatorio una temporada. Si se porta bien y demuestra el debido respeto a las instituciones, un coro de ángeles lo recogerán y lo llevarán en volandas, entre cánticos celestiales, al lugar que le corresponde en el paraíso de la Generalitat. Mientras tanto, sufre la pena que corresponde a sus pecados: pierde el coche oficial. Cuando vuelva a Perpiñán a ver a sus amigos Ternera y Antza, tendrá que viajar por sus medios. Pero la vida ha sido generosa con él. Ese Carod obtiene un cese relativo, insólito en la vida política, uno de esos que dicen en Galicia: «Estate por ahí, que ya te llamaré». Cada vez que pase por las proximidades del Palau de la Generalitat, lo señalará como ET: «Mi casa, mi casa». Y sufrirá. Sufrirá mucho, porque ha explicado la vocación política como una necesidad de poder, de mando, y no es seguro que la pueda satisfacer en el Congreso, donde lo mirarán como un desleal con sus jefes, negociador con terroristas y que grita «No pasarán», como si fuese la reencarnación de Pasionaria. Hay otra pequeña curiosidad: don Josep Lluis dejó ayer su puesto como conseller sin cartera. Y tampoco hay precedentes en el mundo mundial. Tengo que consultarlo mejor, pero nunca se ha visto un cargo público que haya cesado sin haber tomado posesión. Es una muestra de lo novatos que son en el gobierno catalán: se creen que puede tener el mando sólo porque lo diga Maragall, palabra de President. José María Aznar cometía torpezas parecidas allá por el año 1.996. Cometió tantas, que tuvo que salir Felipe González a defenderle: «Irán aprendiendo», dijo. Y ahí lo tienen: se va porque quiere. A veces hemos llegado a pensar que era eterno. Casi como Fraga. Cuando supe que Carod tiene las puertas abiertas para el retorno y la re-ascensión a los cielos, pensé en otro que está en el purgatorio: Rodríguez Zapatero. ¿Por qué le hacen sufrir tanto? A todas sus preocupaciones tiene que añadir otra: despertarse cualquier día con la noticia de que Carod ha vuelto a ser conseller en cap. Va a tener pesadillas. Él, que había celebrado tanto que Maragall le había hecho caso, ahora ve que ha sido un caso provisional, una situación de esas parejas que regañan y se separan, pero no se divorcian porque «vamos a pensarlo mejor desde la distancia». Cualquier día se despierta y lo encuentra en la poltrona. Pero siempre tendrá dos consuelos. Uno: se habrá hecho bueno. Y dos: «son cosas de Maragall». Les llaman «maragalladas».