Diario de León

CON VIENTO FRESCO

Pintadas callejeras

Publicado por
JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
León

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EN LA noche del sábado, mientras veía con un cierto masoquismo el aburrido programa de los premios Goya, me entretenía zapeando por los limitados canales de mi televisor. Era duro tener que escuchar las palabras, siempre las mismas y poco ingeniosas, de los premiados; pero realmente me resultaba insufrible oir el discurso de la presidenta de la Academia. Pedía trabajo y espectadores para los actores y el cine español, mientras, entre aplausos ruidosos, ponía a caldo al gobierno hablando de censura, carencia de libertad, falta de ayudas y otras maldades. Llamaba a la guerra, ella que está contra la guerra, contra el cine americano, que pese a las maldades del imperio les roba los espectadores. Ésta, como la academia que preside, se olvida que los espectadores no van a ver cine español, entre otras muchas razones, porque en general los actores son mediocres y las películas un bodrio insufrible, con argumentos inanes, cuando no visiones sesgadas de nuestra historia reciente. Como digo, me entretenía, o mejor mataba el rato, zapeando. En la televisión de Ponferrada, una entrevistadora preguntaba en la calle, a ciudadanos de todo signo y condición, sobre las pintadas que ensucian las paredes de las casas, las vallas de las cercas, los contenedores y papeleras, los coches; en fin, todo lo que encuentran liso y llano los grafiteros y gamberros que tanto pululan por estos pagos. En esto, Ponferrada es como cualquier otra ciudad española de nuestros días: una ola de energúmenos recorre calles y plazas, estaciones de tren y gasolineras con sus sprays en mano ensuciando todo lo que se les pone por delante, sin respectar edificios públicos o privados, monumentos artísticos o simples viviendas. Solo en raras ocasiones, algunas de estas pintadas tienen una calidad estética que podría justificarse, si el lugar en donde las hicieran fuera el adecuado. En general son graffitis -o grafitos- de mal gusto, con expresiones procaces, escabrosas y casi siempre con muy poco ingenio. Pocos jóvenes y solo alguna persona mayor despistada aprobaban las pintadas, pero sin ningún argumento sensato, solo arguyendo la estupidez de que hay libertad de expresión y los jóvenes tienen derecho a ejercerla ¡Qué concepto más extraño y extravagante tienen algunos de la democracia!. La mayoría de los entrevistados las criticaban, como una expresión de la mala educación imperante, y como propias de un gamberrismo que campa por sus respetos ante la pasividad de las autoridades. Varios incluso recordaban haberlas sufrido en sus establecimientos por personas a las que detuvieron o que son conocidas por todos, sin que se hubiera hecho, o se haga nada por castigarlas. Aunque algunos eran expeditivos en la actitud que debería adoptarse ante los grafiteros: perseguirlos y castigarlos, a ellos o a sus padres, a los que habría que imponer el dinero de los gastos de limpieza; la mayoría creía que era cuestión que deberían resolver las autoridades, sin meterse en más profundidades. Una persona mayor, muy sensata, con mucho juicio y argumentos bien trabados, hablaba de la importancia de la educación para combatir estos actos de vandalismo callejero. En la escuela, decía, los maestros han de enseñar normas de convivencia ciudadana; pero sobre todo recalcaba, que es la familia el lugar en donde se ha de inculcar a los niños el respeto que deben observar hacia los demás. Lo decía sin acritud, con una cierta conmiseración hacia estos jóvenes descarriados. No les echaba a ellos toda la culpa sino a sus padres, que no saben o no han sabido educarlos, por falta de disciplina. Varias personas, en un tono diferente, se referían a esto último pero con desanimo, porque recalcaban que hoy los hijos mandan más que los padres, que hacen en sus casas lo que les viene en gana, y así, sin disciplina en la familia, hacen luego en la calle lo que quieren sin el menor respecto hacia los demás. No sé si los hijos mandan más que los padres, si sé que algunos están muy consentidos, y que esa mala educación al final la pagarán sus padres.

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