Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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UNO de los grandes interrogantes que ocuparon la mente de Baroja, quien por su ascendencia vasca también se preocupaba de otras menudencias como el RH sanguíneo y la alineación de la Real Sociedad para el partido del domingo, estaba centrado en el tema de la muerte, esa infinita y pútrida devoradora. Y es que don Pío, entre libro y libro, siempre se preguntó el motivo de colocar piedras tan pesadas sobre los indefensos difuntos. Pues bien, una pareja de tarugos procedentes de Gijón han aclarado definitivamente el tema gracias a su memorable incursión en el cementerio de Villaobispo, donde dieron muestras de un atavismo que suele asociarse con etapas muy primitivas de la evolución humana. Dicen que nada hay tan triste como ver caer la lluvia sobre un camposanto, pero aún es peor la grosera puesta en escena que dejaron a su paso: tumbas destrozadas, lápidas arrancadas, cristos decapitados y tirados por el suelo¿ Una estampa que parece sacada del perverso Infierno imaginado por Dante. Al parecer, Abott y Costello vestían túnicas negras con símbolos satánicos y llevaban encima un acopio de pastillas psicotrópicas como para flipar por un tubo. Así pertrechados, este dúo de almas mutiladas se rebozaron en una orgía de rabia y frenesí, mientras creían estar cabalgando hacia la inmortalidad a galope tendido. Especialistas en cartomancia aseguran que se trató de un ramalazo de «magia tonta», mucho más perniciosa que la magia negra, mientras que otros eruditos en insanías varias ven el caso como una disociación histérica de carácter postraumático. Con respecto a la cura, existe un consenso generalizado sobre la terapia a seguir: unas cuentas bofetadas y que la gravedad haga el resto.

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