CANTO RODADO
La puerta de la mentira
EL PRESIDENTE se esfuma en su mandato con palabras grandilocuentes en el Capitolio, con gesto apesadumbrado en el entierro de un militar (otro más) muerto en Irak y con un montón de mentiras a sus espaldas sobre armas de destrucción masiva. El presidente se retira entre rumores. La puerta grande que ha elegido se hace cada día más chica. Mengua a medida que aumenta su arrogancia. Se hace ínfima cuando su ministro portavoz, Eduardo Zaplana, tiene que reconocer entre dientes y con la boca pequeña que «tal vez fue un error» meterse en la guerra de Irak y contribuir a su invasión de la mano de americanos e ingleses. El presidente que quiso convertirse en el líder de una potencia mundial (que no es lo mismo que querer convertir a España en una potencia) se va pero la puerta grande ya es casi invisible desde el momento en que su sucesor es designado a dedo, como un elegido entre los querubines aspirantes. El presidente se va con el país en gresca permanente, monotemático discurso de la falsa unidad de España que ni siquiera se dio -mentira heredada del Franquismo- durante el reinado de Isabel la Católica: «Cuando Isabel gobernaba, la Península Ibérica estaba dividida en cuatro monarquías (Portugal, Castilla, Aragón y Navarra) y cada una de estas monarquías estaba dividida en cientos de diferentes jurisdicciones, desde minirrepúblicas (los vascos) hasta miniestados (los nobles)». Lo ha escrito el historiador Henry Kamen, otro extranjero más interesado que muchos españoles en desterrar tópicos y falsedades de nuestra Historia. El presidente se diluye en la precampaña, pero aún se resiste a abrir la puerta, y quiere seguir en un pedestal, arrodillando a España (la España querida) un poco más en Estados Unidos. Y tal vez se resiste a abrir la puerta porque al otro lado hay un espejo, el de su propia memoria, que le retrata con la nariz algo más larga que cuando la cruzó en dirección contraria hace ocho años.