Diario de León
León

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A LOS INDIOS que vienen los caballos. Esa parece ser la máxima del presidente Bush. El problema es que quiso decir a los caballos que vienen los indios¿ o, quizá, viva el séptimo de caballería. Una guerra real sobre peligros hipotéticos es una mancha en la política exterior de Estados Unidos,  que ya lleva las suficientes salpicones como para plantearse cambiar de traje. Una sociedad que se escandaliza porque Janet Jackson enseña una tetilla ha de estar muy enferma; si llega a ser una tetaza como aquí hizo Sabrina, ay, le declaran la guerra santa.   En cierta ocasión encontré a dos conocidos sacerdotes tronchándose de risa, les pregunté qué les producía tanta guasa y me contaron que había unos feligreses escandalizados porque la imagen de una cofradía era demasiado pechugona. Uno de los sacerdotes les espetó: «La imagen está muy bien, lo que vosotros tenéis que hacer es mirar menos a las mamachichos de Telecinco». Ambos tenían bien jerarquizado su sentido del escándalo. Las televisiones, empezando por las nuestras, bajo la excusa de la estrategia comercial de llegar a todas las edades, emiten programas con groserías para niños, padres y abuelos. Y esto es rechazable. Pero el escándalo ha de tener una medida y una coherencia. Que los escandalizados actúen con la misma rabia contra un gobierno que ha inventado excusas para una guerra. George W. Bush es la imagen de un puritanismo soez, que no representa a todos Estados Unidos. Rechazar la obscenidad en espectáculos para todos los públicos es correcto, pero ¿de verdad piensa alguien que  lo ocurrido no es  el síntoma de una enfermedad en las jerarquías morales colectivas, en el alma de una sociedad que convive con la pena de muerte? A los indios que vienen los caballos.

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