Diario de León
Publicado por
ENRIQUE CIMAS PERIODISTA
León

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SIENTO haber estado en esta ocasión un poco remiso en el cumplimiento de un deber de amistad para contigo, Victor; el de felicitarte por la concesión de la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Por descontado que ése, el de trabajar, es en ti un cardinal merecimiento. Moral y materialmente despejaste a brazo partido, y sin concesiones a la pereza, las angostas y empinadas veredas que pudieran obstaculizar el acceso al camino real de tu laboreo. Faenar, primeramente, de obrerillo de blusón para repartir periódicos; y luego, para confeccionarlos con oficio, buenas dosis de paciencia y destreza, en un particular paisaje de componedores e interminables acopios de líneas de caja baja. Vamos, como un Julián cualquiera de los que ganaban tres pesetas. Y al fin, ser llamado a la tarea de redactar esos mismos periódicos con la asistencia de tu capacidad creadora, y de concretos codazos con la vida. Tal sucesión de conquistas previas -incipientes oros- fue propiciadora de los que después vendrían. Con la mediación de un único talismán : el talento, transfundido en trabajo. Ya te lo dijo Gerardo Diego : «Guarecido en Puertamoneda/ o liberto al sol de la Plaza/ forja, esculpe, talabartea, batihoja, repuja, trabaja». Al proceso de superaciones en el arranque de la andadura, le siguió la lluvia fértil de tus trovas de juglar del pueblo, bardo torrencial. Justas, pregones, mantenimient os florales por toda clase de ciudades y pueblos, espadañas arriba; madrigales, y sonetos como arcos de medio punto: «ca beza desbastada en piedra románica». Premio Nacional de Poesía o, lo que es lo mismo, laureles de dieciocho quilates ... La verdad, Victoriano, trabajaste siempre de poeta a raudales, de pensador para ti y para los demás. E hiciste poesía a partir del convencimiento de que ella te resolvería la conexión estética entre tu vocación de escritor y la realidad de la peripecia humana; eso sin contar que se erigía en acicate para el ejercicio de la crítica social. Ahora bien, pese a que te esfuerces, Víctor, en rimar «tristeza» con «aspereza», lo que queda en los regustos del alma al volver el pliego de tus versos, es una sensación de luz inapagable, de fundamento perenne. Sonreías -visaje de escepticismo-, cuando te decía que tus poemas me olían a Dios... Mira lo que afirmas, por ejemplo, en esta composición: «(...) Y me esgrimo a lo alto como un rayo/ jubiloso entre nubes. Y me empino/ tan cercano a Dios vivo que su aliento/ me traspasa y me punza en las entrañas»... También es posible que no te acuerdes de que, en una tarde cualquiera, de cualquier día de otoño, te rogué (con hora y media de antelación a la entrega del trabajo en los talleres de La Hora ) que escribieses algo, para la última, relacionado con la Madre Teresa de Calcuta. El resultado -además de que te sobrara tiempo para cumplir el encargo- fue de oro puro en forma de folios descriptivos de algunas de las cosas más bellas, y conmovedoras, que se hayan dicho sobre la beata Gonxha Bojaxhui, como en realidad se llamaba «la madre de la caridad». El episodio vivido entonces empalma -en la forma, que no en el fondo- con la anécdota que el amigo Jaime Campmany relataba hace poco. Un enviado tuyo llegó a una asamblea de poetas al filo de la clausura del parnasillo, rogando que disculpasen tu ausencia «porque te faltaban unas líneas para entregar, urgentemente, el original de un libro». Uno de los poetas del grupo apuntó : «pero bueno, ¿ a qué hora ha empezado a escribirlo?... Y están, también, los oros del novelista, con sus minotauros a cuestas. Y los libros de y para León, que conforman la imaginaria gasa acariciadora de tu garganta, tan pródiga, ésta, en requiebros y cariños para la tierra de Quiñones y Guzmanes; no obstante parecer -dices- que la tal gasa quisiera dejarte sin aliento... Y el magistral oro universitario. Y el del conferenciante. Y el de persona ; de padre, de abuelo, de amigo. Oros que se funden en la cristalización del reconocimiento de España a tantos oros tuyos, a tantos soles como han abrasado la entraña de tu entidad poética ; de tu estatura literaria. Tuve el privilegio de conocer y tratar un poco a Curra, tu inseparable compañera -y musa de tu dilatada obra-. Por ello puedo imaginar ahora que desde su Destino se sentirá gozosa de «compartir» el oro de tus logros ; sonriendo, como en un gesto prestado por Dios. Porque no te quepa la menor duda de que, pienses o no en Dios, Él si piensa en ti... No sumo, a los oros referidos, el de la ley que te tengo -la amistad es estructuralmente áurea-, el afecto sincero que te profesamos Conchita y yo. Sencillamente no lo agrego a tu medallero porque ese «oro» tan sólo a mí pertenece. Y con él te anuncio: «al caer de la tarde, al abrigaño -en algún cálido arrimo otoñal- escucharé tus poemas de hogaño; oros y lauros de un verso vital».

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