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Publicado por
CARLOS CARNICERO
León

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UN DEBATE se hace inevitable: volver o permanecer en Irak. Las posiciones están nítidamente enfrentadas. El candidato Mariano Rajoy promete que nuestros soldados seguirán en Irak mientras que José Luis Rodríguez Zapatero -«ZP» para sus incondicionales- junto con el resto de la oposición se compromete a la vuelta de los soldados, en el mes de Julio, salvo que la ONU tome el mando de las fuerzas que hoy son de ocupación. Si unos quieren permanecer y otros regresar, convendría que lugar aclarásemos para que fuimos y que tenemos que hacer allí. En un primer momento sonaron las trompetas de la ayuda humanitaria. Las noticias posteriores son de lucha antiterrorista, y de duelo por víctimas españolas de atentados. ¿Agentes de inteligencia para realizar ayuda humanitaria? ¿Un comandante de la Guardia Civil muerto en una operación antiterrorista, para realizar una misión humanitaria?. El problema es diáfano: España, con más de mil quinientos soldados, que llegarán a cerca de tres mil cuando nuestras fuerzas tomen el mando de las operaciones en las que participan junto a soldados polacos, está inmerso en una labor bélica bajo el mando de los Estados Unidos y en una coalición con Gran Bretaña, junto con algunas otras modestísimas aportaciones que intenta simular una coalición internacional. La palabra retirada siempre recuerda la derrota. Prometer la retirada de Irak convoca a la utilización de un cierto chantaje emocional porque se pretenden que dejaría a los iraquíes indefensos frente a sus demonios interiores. Pero quedarse en Irak, sin cambiar la política ante la ONU equivale a seguir legitimando una ocupación ilegal. Todas estas controversias, por sí mismas, merecen un debate entre el PP y el PSOE que ya se hace inexcusable. Es cierto que el deterioro de nuestra democracia ha llegado a un punto que hurtar el debate político y la información es posible sin que se produzca una protesta social. Algunos intelectuales, profesores universitarios y profesionales de prestigio han levantado la voz de alarma de esta situación y solicitan una «intervención democrática». No sería vacuo que el poder escuchase con respeto esas llamadas de atención.