Políticos o estadistas

RECIENTEMENTE recordaba el periodista José Luis Guitérrez, en un comentario sobre el último libro de Leopoldo Calvo Sotelo, cómo la presidencia de éste había sido tan breve como intensa, y cómo había tomado decisiones de estadista aún a costa de su propio descalabro político e incluso a costa de ser objeto de no pocas burlas. Políticos o estadistas. El mismo Gutiérrez recordaba la frase con la que Bismark marcaba la diferencia: «Un político piensa en la próxima elección. Un estadista piensa en la próxima generación». Anteponer el interés del país y de la democracia al propio interés político. Un mérito que sólo reconoce, y no siempre, la historia. A la fauna política de nuestros días ETA le ha servido en bandeja el amargo regalo de optar entre ser políticos o ser estadistas. En pleno proceso electoral, con las garras afiliadas para arañar hasta el último voto (hurgando, si es necesario, en el pasado o las entrañas más íntimas del adversario), en el talante de estadistas de quienes aspiran a gobernar y, se supone, a preservar la salud democrática, está la capacidad de no permitir que sean los terroristas los que decidan, los que dividan, los que marquen el pulso público. Difícil ejercicio de responsabilidad para el político el contener la lengua en el fragor del mitin. Difícil morderse la lengua para reafirmar con los propios actos que no todo vale como arma electoral. Las consecuencias políticas inmediatas son apenas eso, inmediatas. Dimisiones, disculpas, condenas, insultos,... Lo que queda en herencia para el futuro es lo otro. Todo lo cual no quita para evidenciar que a ZP le crecen los enanos, y que el saldo que tenía previsto pagar por el asunto catalán se le está disparando de manera incontrolable. No hay quien acuda a las elecciones sin alguna tacha a la espalda, pero muchos ya empiezan a dudar. ¿Sabemos si somos de los nuestros?