Diario de León
Publicado por
MANUEL ALCÁNTARA
León

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EN LAS catástrofes colectivas siempre se libran algunas individualidades, precisamente las que viven en las zonas más caras. Se conoce que los movimientos sísmicos con los que nos obsequia la llamada Madre Naturaleza gustan demostrar sus poderes en los arrabales. (En Madrid, por ejemplo, siempre que se producen inundaciones, a pesar de que fue escogido como capitalidad «por la benignidad de su clima», resultan más afectados los que viven en el Pozo del tío Raimundo que los que residen en la Gran Vía). En el terremoto que ha conmovido la zona de Alhucemas se han derrumbado muchas casas pobres y han quedado incólumes las mezquitas. El temblor, de 6,3 grados en la escala Richter, se ha ensañado especialmente en las aldeas de adobe. Fueron sólo veinte segundos, el doble de lo que dura un K.O., pero ese tiempo, insignificante en la inconmensurable historia del Tiempo, que «ni vuelve ni tropieza», ha dejado 570 muertos. Dejará muchos más, cuando se haga el último balance, ya que también fallecen siempre los heridos de mayor gravedad. ¡Qué oportunidad tenemos de ayudar a nuestros vecinos del piso de abajo del mapa! De paso, podríamos paliar el pésimo efecto de la penúltima estupidez del todavía ministro señor Trillo, acerca de su reprimido ardor guerrero, en ocasión a la épica conquista del pedrusco Perejil. El hombre estaba dispuesto a dar nuestra sangre por su patria, incluso por los trocitos agregados, pero no le dieron opción. Estamos en la obligación moral de ayudar a los damnificados por el terremoto. Es el primer movimiento sísmico, descartados los interiores, que he sentido. Mi cama se agitó y casi siempre se está quieta. Alguna que otra vez, en tiempos, me he visto obligado a cogerla en marcha, pero «ya no bebo lo que han dicho que bebía». Claro que tampoco duermo lo que han dicho que dormía. En los litorales cercanos se ha notado mucho. Yo creí, durante unos segundos, que el epicentro del terremoto estaba en mi mesita de noche. Como para echarse a temblar.

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