Democracia amenazada

NO ES EL terrorismo el peor enemigo de la democracia, sino la acción de aquellos que, encargados de cuidarla y viviendo a sus expensas, no creen en ella. Al terrorismo se le combate y se le vence con la democracia a condición de que ésta sea fuerte y verdadera, en tanto que los atentados que sufre desde dentro le rompen la vida. Y es eso, la supervivencia de la democracia, el freno de su degradación imparable, lo que nos jugamos los ciudadanos españoles en los próximos comicios. No está la democracia tan arraigada en nuestro sistema político no en nuestro talante personal como para permitirnos el lujo, el lujo suicida, de asistir impávidos a las agresiones que sufre. Bajo su débil pátina democrática, corre subterráneo un caudal de situaciones, gestos y acciones inaceptables que amenaza con disolver los cimientos mismos del Estado de Derecho plural, transparente, garantista e igualitario: guerras que se declaran a espaldas del pueblo, manipulación informativa, censura, nepotismo, chulería institucional, sectarismo, abandono de los imperativos constitucionales en lo relativo a la vivienda, el trabajo o la educación, plutocracia, caciquismo, pensamiento único, insultos, descalificaciones... Por incurrir en alguna de estas aberraciones, más la de la corrupción desatada, el Partido Socialista se enajenó la voluntad de los electores, pues ástos percibieron que atentaban contra la esencia misma de la democracia y por lo mismo, más por algunas otras de cosecha propia, es posible que pasen ahora idéntica factura al Partido Popular por las mismas cosas. Sólo la democracia real, no virtual, garantiza a los ciudadanos su dignidad y sus derechos, y los ciudadanos, aunque muchos políticos en campaña creen que son absolutamente idiotas, no lo son, o cuando menos no eternamente, en modo alguno. Tal es, en el fondo, el reto de las elecciones de marzo para unos y para otros, para los políticos y para los ciudadanos: salvar la democracia amenazada.