BURRO AMENAZADO
Cautividad
LOS ANIMALES salvajes que, en el campo, ocupan un extenso dominio vital soportan muy mal la vida en cautividad. Un par de expertos en zoológicos, Ros Clubb y Georges Mason, han investigado la relación entre las exigencias de terreno silvestre y la mortalidad infantil de las especies recluídas en jaulones o recintos cerrados. Por un lado, una serie de mamíferos que viven en la naturaleza en espacios pequeños, caso del conejo, el perrito de las praderas, el zorro o el tejón, se adaptan bastante bien al confinamiento en cercados exiguos. Por el contrario, sobresalen por su escasa adaptabilidad los dos elefantes -el asiático y el africano-, el guepardo y, sobre todo, el oso polar. Este carnívoro del Ártico, que se mueve al menos por un dominio de 70 kilómetros cuadrados, un millón de veces superior al de su prisión del zoo, presenta en cautividad una mortalidad infantil del 65 por ciento. Con los primates cautivos, gorilas, chimpancés, orangutanes, gibones, macacos y micos, un paliativo a su tristeza en prisión consiste en suministrarles objetos para jugar y una geometría irregular, compleja, en el local donde se alojan. La jaula, aunque sus barrotes sean de oro, mina el comportamiento del prisionero. En el trullo, si bien los datos suministrados por psicólogos son escasos, llevan mejor el hacinamiento las personas procedentes de grandes urbes, criadas en laberintos de casas y calles saturados por multitudes. Los que más sufren son los pastores, leñadores y agricultores, cuya mente añora el paisaje de árboles, pastos y sementera en el que forjaron su carácter libre. Aquellos presidios que tienen campos de labor y cuadras son los que más suavizan las tensiones del cautiverio. Como experiencia realmente interesante, la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife) ha fichado a dos internos del penal del Dueso, en Santoña (Cantabria), para colaborar en el estudio de las espátulas que vivaquean en aquella marisma, visibles con anteojo desde sus celdas.