AL TRASLUZ
Contra el mitin
CUANTAS más declaraciones haga en estos días un candidato mayor será su proporción de errores y desatinos. Hay exceso de tensión, renervios y verborrea. Algunos, al intentar epatar con una coz verbal caen en la mera burrada. Y es que ha de ser agotador tanto mitin. Además, en estas elecciones, a mayores de las inevitables precampaña y la campaña, hubo antes la gilicampaña y la cabrocampaña, con lo que el fundido de neuronas viene ya de muy atrás. Los políticos deben de ser los primeros en desear que termine toda esta ceremonia del aplauso, la banderita y el eslogan tontorrón. Nada hay más anacrónico que los mítines. Son un suplicio para la mayoría de los políticos, incluidos aquellos que tengan don de palabra y no se sientan incómodos hablando en público. Toda esa ceremonia del baño en multitudes, que muchas veces se queda en duchita, ya no funciona en su cometido de captador de votos, pues quienes asisten ya lo tienen decidido. Son más eficaces las reuniones específicas con distintos sectores, a los que se les escucha en sus necesidades y se les anuncia compromisos. Por ejemplo, miraré con mucho interés lo que diga cada partido sobre la investigación con células madre, pues ya doy por hecho de que todos quieren combatir el terrorismo y terminar con el paro. Menos mítines falsamente apoteósicos, menos artificiosos juegos malabares con la crítica al contrario, y más mensajes claros sobre temas concretos. La mayoría de los políticos piensan lo mismo, pero ¿qué partido se atreve a ser el primero en renunciar al espejismo del mitin? Deben buscarse otras fórmulas de comunicación, más reales. Por no hablar de todos esos cientos de millones tirados en publicidad, con los que se podría hacer tanto.