TRIBUNA
Los obispos y la diabetes
CUANDO algunos estudiábamos, pasábamos el día escribiendo a máquina los apuntes que nos daban algunos profesores. Pocos años más tarde, un invento tan sencillo como la fotocopiadora permitiría realizar en pocos minutos lo que antes tardaba en hacerse un montón de horas. Pero lo que ni el mismo Julio Verne pudo imaginar es que algún día se pudiera hacer la fotocopia de una persona, entendiendo por tal lo que llaman clonación. Hace no muchos años nos sorprendieron los científicos con la oveja Dolly, que en paz descanse, fruto de esta técnica que deja atrás la manera clásica y natural de reproducirse los mamíferos. Pues bien, parece ser que ahora ya se está haciendo con seres humanos. No se trata aquí de la llamada fecundación in vitro, que consiste en procurar la fecundación del óvulo fuera del cuerpo para ser implantado posteriormente en el útero materno, sino de la transferencia del núcleo de una célula somática diferenciada al citoplasma de un ovocito al que se le ha quitado el núcleo, convirtiéndolo en un cigoto que puede desarrollarse como un embrión normal. Pero parece ser que si en lugar de implantarlo en el útero de una mujer, produciendo así una fotocopia , esto es, un clon de la persona donante del núcleo, se mantiene en el laboratorio, se pueden cultivar tejidos aptos ser trasplantados a un paciente, que bien podría ser el mencionado donante, sin temor a que se produzca un rechazo inmunológico. Dicho en un lenguaje más fácil de entender, un enfermo de diabetes o de alzhéimer, por ejemplo, podría curarse de la siguiente manera: se crearía un nuevo ser humano, en su fase embrionaria, haciendo una clonación del paciente. Si este embrión se implantara en una mujer saldría un doble del enfermo. Pero, de no ser así, se sacrificaría para curarlo. La pregunta que tenemos derecho a hacernos es la siguiente: ¿Todo lo que es científicamente posible se puede admitir desde el punto de vista ético? ¿Es moralmente lícito? Nadie duda la importancia que tienen los trasplantes de órganos y la cantidad de vidas que se salvan. Pero sabemos que esto no se puede hacer a cualquier precio. En estos mismos días unas religiosas misioneras han denunciado que en un país de África están desapareciendo niños y personas mayores que son cebadas y posteriormente asesinadas para vender sus órganos. Nadie duda de la eficacia desde el punto de vista científico. Pero no deja de ser algo inmoral y totalmente reprobable. En el caso que nos ocupa, a la hora de valorar un descubrimiento científico, no podemos mirar solamente a su eficacia, sino que también la ética tiene una palabra que decir. Si la clonación de seres humanos con vistas a la reproducción parece unánimemente rechazada desde el punto de vista de la bioética, ¿no tenemos derecho a dudar de su legitimidad moral aun cuando se trate de clonación no reproductiva terapéutica? En las personas prudentes, al menos debería quedar un lugar para la duda. En este sentido creo que los obispos tienen legitimidad para opinar como cualquier ciudadano sobre este tema, pero pienso que además su opinión es muy respetable porque no se fundamenta en ocurrencias arbitrarias, sino en argumentos sólidos. Por eso me sorprenden, aunque no tanto, viendo de donde proceden, algunas descalificaciones ligeras que se han hecho estos días, cuando los obispos han manifestado sus reservas a la aplicación de ciertos avances de la genética. Me viene a la memoria una señora que llamaba indignada a la radio, criticando a los obispos por meterse en estos asuntos. Pensaría la pobre mujer que por culpa de ellos no podría curarse su diabetes. Pero el tema es mucho más complejo. No olvidemos que la gran cuestión que subyace en el fondo de toda esta polémica es la de saber cuándo empieza realmente la vida humana, cuándo se produce ese nuevo ser humano, único, irrepetible, distinto de sus progenitores y que no se puede medir cuantitativa sino cualitativamente. Muchas veces hemos oído aquello de que la vida humana es sagrada desde el comienzo. Tal vez sólo teniendo esto presente podremos seguir defendiendo que la vida humana es sagrada en todas sus fases de desarrollo, incluido el final. Desgraciadamente ni siquiera se respeta en las fases ulteriores al nacimiento, por lo que no es extraño que tampoco se respete antes. En todo no descalifiquemos sin más a quienes intentan defender la dignidad de la vida humana en todas sus etapas.