EL BALCÓN DEL PUEBLO
La indecencia del terror
VAYA POR DELANTE: celebro como leonés y como español de bien la detención de dos muchachos etarras -ambos de sólo veinticinco años de edad, sin duda prefabricados desde la infancia en las ikastolas - en Cañaveras (Cuenca), pueblecito de La Alcarria que pateó Camilo José Cela, no sé si a pié o a lomos de una mula. Eran dos jóvenes sin ficha policial, normales -no; normales, no: eran terroristas- que conducían la gran caravana de la muerte en dos furgonetas: una lanzadera para superar los cepos y prevenir incidencias, y la otra cargada con más de media tonelada de explosivos para acojonar a España, hacer alarde la banda criminal de su irreal capacidad para sembrar el terror, influir en la campaña electoral y ampliar aún más el listado de víctimas. Al parecer, la sede de la masacre era probablemente Madrid, buje de todo el país, al que habría diseminado su llanto. Hubiera sido terrible. Pero la Guardia Civil -mis más sinceras felicitaciones al cuerpo- logró un éxito magnífico. Hacía un frío que pelaba. En La Alcarria, como en León, las madrugadas excitan los temblores. Tiritamos. El fallido intento de Eta conllevó un respiro de alivio a todos. Sin embargo, el ministro del Interior, Ángel Acebes, se pasó cuatro pueblos al ofrecer la información. Como si hubiese resbalado por las cuestas de carámbano de Ávila, desde el centro hasta superar el límite de las murallas. Intentó sacar rédito electoral a lo que es su obligación: detener a los terroristas. No sé si ejerció institucionalmente como miembro del Gobierno o utilizó la sede del Ministerio para dar un mitin. El Partido Popular nos tiene acostumbrados a aprovechar todas las instituciones del Estado en beneficio partidario. Hay que tener poca vergüenza para decir lo que dijo: «El señor Carod Rovira estará hoy satisfecho y habrá que felicitarle porque el atentado no se iba a producir en Cataluña, sino en Madrid». El mismo día, Mariano Rajoy hablaba en Logroño y José Luis Rodríguez Zapatero se daba el mayor baño de multitudes de la campaña en Dos Hermanas (Sevilla). Rajoy conoció hasta el último detalle; los socialistas, ninguno; sólo la noticia escueta. Y Mariano Rajoy pasó de puntillas sobre el tema. Se limitó a dar la nocitia fría para que el graderío se enardeciera al grito de «ETA, no; ETA, no». El trabajo de bajura se lo hacían otros miembros del Gobierno, aprovechándose infamemente del Pacto Antiterrorista: el ministro de Justicia, Michavila; el portavoz, Eduardo Zaplana, que casi recitó «ad paedem literae» lo voceado por su colega Ángel Acebes, y Javier Arenas. Todos han pretendido sacar votos de la onda expansiva de las bombas posibles. Una indecencia. Utilizar el terror es una indecencia y una canallada. Es asombroso que se utilice electoralmente el terrorismo para atacar a otro partido democrático, en este caso concreto, al que ofreció el Pacto, tiene acreditada su lealtad, ha puesto sobre la mesa sus propias víctimas y no es dudoso, como lo fue el Partido Popular de antaño y lo es ahora con su utilización ventajista.