Diario de León

TRIBUNA

La mercantilización del patrimonio

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CESÁREO VILLORIA VICEPRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN DE CIUDADANOS PARA LA DEFENSA DEL PATRIMONIO DE LA
León

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A NADIE se le oculta ya la importancia económica que el patrimonio artístico e histórico ha adquirido en las sociedades modernas. Asociado al turismo, se ha convertido en uno de los motivos principales de los desplazamientos de ocio. A su vez la creciente actividad económica derivada del turismo ha inducido la necesidad de certificaciones reconocidas para los monumentos o los conjuntos artísticos o históricos. De manera que cada monumento o resto histórico digno de consideración reclama para sí el título de Patrimonio de la Humanidad o Bien de Interés Cultural o cualquier otro título de reconocido prestigio nacional o internacional. Igualmente los políticos descubren en estos títulos un interés publicitario para la ciudad y para sus intereses partidistas que les permiten olvidar lo que significa ese patrimonio sin títulos, así como justificar tropelías intervencionistas claramente destructivas de aquello que dicen proteger. De este modo, pudiera parecer que el interés de las gentes en el conocimiento del pasado de la Humanidad induce una demanda económica significativa. Sin embargo, nada más alejado de esa realidad que haría posible el maridaje entre la necesidad de ilustración y la justificada actividad económica. El patrimonio no aparece como objeto de estudio o de conocimiento, sino como un aditamento fácilmente adaptable y manipulable para la actividad turística. La confirmación de lo anteriormente dicho la encontramos en las llamadas intervenciones en los cascos históricos de las ciudades, en el deterioro creciente del rigor normativo (véase La Carta de Varsovia), en la subsiguiente falta de rigor en la restauración de monumentos y conjuntos históricos, en la falta de respeto por la conservación del carácter específico en la urbanización de los barrios históricos -introducción de materiales y elementos decorativos espurios, estatuaria moderna junto a monumentos tradicionales-, en la idea de que vale lo mismo el original que la copia: véase la sustitución de la estatuaria de la portada de la catedral de Burgos por otra de piedra artificial, etcétera. Se ha descubierto, en efecto, el interés económico del patrimonio, pero a la vez el medio para utilizarlo mercantilmente. Esta simbiosis, sin embargo, es directamente destructiva para el patrimonio. Hay regiones, como Castilla y León, que conservan el 60 % del patrimonio español. España es el segundo país del mundo en importancia por su patrimonio histórico y artístico, por detrás de Italia. Asimismo se dice que tiene el mayor número de monumentos declarados «Patrimonio de la Humanidad». Pero lo perdido no ha sido menor. España, hasta los años cincuenta, conservaba conjuntos arquitectónicos imponentes y casi intactos después de siglos, en sus pueblos, villas y ciudades, y otro tanto cabe decir de su patrimonio etnográfico. Todavía en la Galicia rural de los años ochenta permanecían intactos en los sobrados de las casas utensilios, más o menos idénticos a los que se habían utilizado durante siglos. La falta de diligencia de las instituciones, la idea equivocada de los campesinos acerca de sus bienes y valores culturales, harían dificil hoy poder recuperar esa riqueza etnográfica. Pero, como hemos dicho, el principal problema del patrimonio español está en el proceso sistemático de intervención de los poderes públicos en orden a su conservación. La idea que se ha ido imponiendo estos últimos años es que el patrimonio debe ser adaptado a las necesidades del turismo, es decir, a las necesidades de la actividad de lucro. El modo de explotarlo es disponerlo conforme a las necesidades del mercado. Las restauraciones han sido sustituidas por las rehabilitaciones -el ejercicio de sustitución conceptual tampoco es inocente, apenas se habla ya de conservación o de restauración- en las que se cambia lo existente por algo parecido en el mejor de los casos, o, en el peor, por algo correspondiente a una estética inexistente en el lugar. El parecido entre la plaza de Santo Martino de León de antes y después de la intervención reciente es nulo. Se han introducido en ella elementos propios de la estética moderna, que no se ajustan a lo anteriormente existente: los materiales utilizados no responden a los que allí había, su tratamiento es industrial y el efecto final carece de todo interés artístico y especialmente histórico. Se da una semejanza de esa plaza con cualquier otra plaza de cualquier otra ciudad del país. Los estudios de arquitectos urbanistas proyectan en serie estas remodelaciones por las que cobran considerables cantidades y cuyo resultado final es uniforme e insulso y, en todo caso, irrespetuoso con lo que allí había antes. Un viajero alemán, pongo por caso, con una formación media encontraría el lugar mencionado anodino. El grado de delirio intervencionista de políticos municipales, arquitectos, urbanistas y constructores ha llegado a tal extremo que incluso hay un nefando plan de intervención en la Plaza del Grano, uno de los lugares más singulares de León. Lo mismo ocurre con las rehabilitaciones; estas se realizan conforme al criterio de que es suficiente la conservación de la fachada. Con ello se hace desaparecer todo un conjunto de técnicas constructivas, de materiales y de recursos estéticos vigentes durante siglos. A la vez se introducen en los cascos históricos construcciones impropias como sistemas de extracción de basuras o aparcamientos subterráneos que tienen un doble efecto negativo: destruyen modos tradicionales de vivir de las gentes - de un tipo de gente que no quiere o no puede vivir en la parte moderna de las ciudad- al mismo tiempo que se llevan por delante yacimientos arqueológicos irrecuperables. De este modo, a la vez que se supone que se conserva, se destruye. Finalmente, la mercantilización genera un entorno incómodo para los habitantes de estas partes de la ciudad, genera zonas de ruido que hacen incompatibles la vida de los habitantes con la actividad hostelera,que se convierte en monopolio, desplazando a las actividades tradicionales, mucho más diversificadas que, en el caso de León, han perdurado durante siglos, degradándose el caserío como consecuencia del abandono progresivo del mismo de sus habitantes. Como este proceso parece que es imparable mientras existan fondos públicos disponibles e interés económico, no serán las guerras, ni la ignorancia del valor de lo que se tiene, sino la codicia el principal instrumento de destrucción del legado de nuestros antepasados. El efecto de cambiar las prioridades de la conservación por el beneficio es evidente: su resultado es la destrucción. Por el contrario, el conservar nos asegurará que allí ha habido alguien respetuoso con la integridad del pasado y que a través de ello hemos podido ver un testimonio de lo que nosotros mismos somos como humanos. ¿Será por esa búsqueda inconsciente de sí, por lo que la demanda del turismo cultural ha aumentado? Hagamos, pues, lo inconsciente, consciente.

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